12 años del atropello de Varizat: La historia de "Rufián y Tomatito"
A doce años de que Daniel Varizat atropellará e hiriera manifestantes, recordamos una nota escrita por nuestro colega Claudio Alvarez en la Revista de Nuevo Día, en 2017. "Ellos insistirán con la anestesia, aunque cada vez tenga menos efecto", señalaba remarcando la importancia de la memoria.
*Por Claudio Alvarez
Rufián y Tomatito
Hay imágenes que de tan elocuentes pueden resultarnos surrealistas. Y creo que la del rufián que hoy recuerdo preparando el mate en una “celda”, donde sólo se ve una cama cucheta, una campera colgando al lado de un pupitre con frazadas parece, de tan simple y ordinaria, una puesta en escena inolvidable.
Por lo que ese personaje desagradable representaba en aquellos días del año 2007, por su condición de funcionario violentado y cabreado, pero que, sin embargo, en ese instante inmortalizado lucía extrañamente sereno, como quien tras un largo y extenuante día de trabajo busca la tranquilidad y la paz complaciente en un mate, que a punto de cebarse parecía estar, o de darle en mano al autor de esa inolvidable fotografía.
“El jefe no me va dejar solo, de acá me voy al carajo y que estos forros vengan a arreglar la cagada que nos dejaron”, tal vez pensó por un instante después de tomarse el primer amargo. O capaz analizó que lo que había despertado repentinamente para su futuro iba a terminar siendo febrilmente mejor que eso de andar poniendo la caripela todos los días al pedo. Esa cara con gestos agrios y que, de tan hoscos, vuelven rancios a mi memoria.
Alguien me contó –o tal vez lo imaginó- por aquellos días, que al llegar al quinto mate la acidez comenzó a quemarle los intestinos lentamente y sin pausa, entonces volvió a recordar lo que le había pasado.
“¡La puta con estos docentes y la puta con estas locas de mierda que me cagaron la vida!”, se le oyó decir en el cuarto, mientras se agachaba llevando sus manos al estómago, como conteniendo las ganas de ir al baño.
“Quédese tranquilo jefe, que mañana lo vienen a buscar. Ahora hágame el favor de acostarse que dentro de un rato viene Juan a verlo”, le dijo el policía, que sentado miraba una revista de chimentos, con imponentes mujeres en tapa y contratapa.
“¿Juan? ¿Cuál Juan? No conozco a ningún Juan, pelotudo”, le devolvió rápidamente el rufián…
“Tiene razón jefe, no es Juan, es Juancito, el que se parece a ‘tomatito’ Pena”, le aclaró y con eso logró apenas calmarlo…
A esa altura, Juancito no cortaba ni pinchaba, pero en el fondo el rufián sentía que todos lo habían dejado demasiado solo, antes y después de aquélla fatídica noche, en la que como topadora quiso llevarse a todos por delante; físicamente, porque en lo verbal ya lo había hecho innumerable cantidad de veces a lo largo del último semestre.
Y en escena apareció Juancito. “Tomatito” era un tipo piola por fuera, pero, al igual que él, por dentro tenía un raro asunto con las sombras y la necesidad de no caer en el ostracismo. De hecho, pensaba que valía más la pena que Pablito, que ahora se había convertido en la nueva estrella del asunto con la prensa. Pensar en eso lo rabiaba, igual que al rufián. Dicen que es algo que nunca pudo superar. Aunque en ese meollo, claro, también Danielito jugó su papel. Los voló a todos de un plumazo, por las dudas que le quieran manejar sus asuntos más allá de la cuenta.
De sólo recordar Juancito todos los títulos de tapa que disparó por aquellos días, y en menos de tres meses, se le inflaba el pecho. Para ser honestos, pocos jefes de redacción manejaron tan bien la batuta como él.
Pero era tarde para lamentos. Ninguno de ellos supo entonces que lo que se venía era esto. Nunca repararon en tantos detalles. Tampoco la inteligencia es algo que en el mundo de la política se practique necesariamente en beneficio de los representados. Se es inteligente para alimentar el egoísmo y las cuentas patrimoniales, y no importa un carajo lo que pueda llegar a venir.
Jamás en la vida, alguien de buena fe, podrá creer que este tipo de gente -como Rufián y Tomatito- funcionarios, políticos o amigos adictos al poder, hará algo por el prójimo. No es el prójimo, de hecho, lo que mueva la vara en sus adineradas vidas. Algunos apenas piensan en sus hijos. Otros, otros… ni en eso.
Entre tantas imágenes violentas que vienen a mi memoria en éstos últimos diez años, despojándome de cualquier atisbo de ironía o de cinismo, debo decir que la quema de cubiertas y su toxicidad inmunda es la que menos considero. Porque llegar a la vida para corromper, además de un delito en sí mismo, es darle con un hacha al futuro de una sociedad que, cuando logre apenas mirarse en el espejo cual adicto quiere recuperarse, empezará a torcer definitivamente el destino aún no escrito.
Ellos insistirán con la anestesia, aunque cada vez tenga menos efecto.
*Nota escrita originalmente por Claudio Alvarez, para Revista Nuevo Día, en la edición de agosto de 2017.