A 97 años del comienzo de los fusilamientos de la Patagonia Trágica

Hacía poco había cumplido 23 años. Había nacido el día de la independencia de su país natal, Chile, un 18 de septiembre de 1898. Era un auténtico chilote, de la Isla de Ancud, archipiélago de Chiloé.

* Mario Novack



Roberto Triviño Cárcamo, el primer fusilado, se había convertido en delegado de los peones rurales de la estancia “Ruben Aike” y al decir de don Elías López, que en esa época trabajaba en ese establecimiento ganadero “buen compañero, era muy querido…nosotros lo llamábamos “el Macaco”. Yo hasta hace poco conservaba una manta que había sido de él y quedó en la estancia “Ruben Aike”.



“Era una manta sin valor, medio coloradona, de esas chilenas tejidas a mano. Triviño Cárcamo era un muchacho entusiasta, cuando fueron a levantar la estancia él se adhirió enseguida sólo por entusiasmo porque los trabajadores chilenos en aquel tiempo no sabían lo más mínimo de sindicalismo, nada. Se adhirió porque todos no adherimos.”

Era un 11 de noviembre de 1921 y comenzaría a escribirse el capítulo más sangriento de las huelgas conocidas como la “Patagonia Trágica”. Todo había comenzado mucho antes, con huelgas, enfrentamientos y represión.



El día anterior, había desembarcado en Punta Loyola el Regimiento 10° de Caballería “Húsares de Pueyrredón”, arribado a bordo del  transporte Guardia Nacional.



A poco de su arribo a Río Gallegos, el comandante de la expedición, teniente coronel Héctor Benigno Varela,  fue informado por los miembros de la Sociedad Rural, las autoridades policiales y el Gobierno local que



"...todo el orden se halla subvertido, que no existía la garantía individual, del domicilio, de la vida y de las haciendas que nuestra Constitución garante; que hombres levantados en armas contra la Patria amenazaban la estabilidad de las autoridades y abiertamente contra el Gobierno Nacional, destruyendo, incendiando, requisando caballos, víveres y toda clase de elementos...





Informe del tte. cnel. Varela



Una parte de la comunicación entregada por el entonces gobernador Cefaly Pandolfi y el jefe de policía, capitán Oscar  Schweizer, contenía lo siguiente: 

“Estancia “El Cifre” de la familia Schroeder: ocupada por los huelguistas; Fuentes del Coyle: el comisario Samuel Douglas Price con 10 agentes de policía se encontraban sitiados por los bandoleros; los destacamentos policiales no se comunicaban diariamente de acuerdo a lo estipulado; Río Gallegos estaba completamente abarrotada de estancieros con sus familias huyendo de los desmanes cometidos por los revoltosos, que consistían en incendios de estancias, violación de mujeres, asesinatos y un sinnúmero de acusaciones.

Ante este informe de la situación, realmente inexacto y exagerado, de acuerdo a la posterior investigación judicial y a los propios partes militares, Varela se trasladó de inmediato hacia estancia “El Cifre”, cien kilómetros al norte de Río Gallegos.

Así lo manifestaba en su informe: 

“Resuelvo proceder con toda rapidez desprendiendo tres comisiones: Comisión teniente coronel Varela con teniente 1° Schweizer (sobrino del mencionado anteriormente) y doce soldados en dirección Cifre - Paso Ibáñez - Santa Cruz”.

Esta comisión que comandaba Varela, se puso en marcha el 11 de noviembre a las seis de la mañana. Al llegar a la estancia, encontró atado al molino en calidad de prisionero, a Roberto Triviño Cárcamo. A Varela le informan que Triviño Cárcamo era uno de los huelguistas que trataron de tomar por asalto la estancia, pero que el ataque había sido repelido por los dueños, la familia Schroeder. En ese ataque fue muerto el caballo de Triviño Cárcamo, por lo que debió huir a pie, siendo capturado posteriormente a pocos kilómetros de allí escondido entre unas matas y que se reía de la policía mientras gritaba: “Viva la huelga”.

Varela, luego de escuchar atentamente este informe, se dirigió al sargento Echazú y le ordenó: “Éste ya no se va a reír más, fusilenló inmediatamente…!!!”



               





El Papel de los chilotes en la huelga



Más allá de los fusilamientos que sobrevendrían con posterioridad, este primer hecho puso al descubierto una posterior investigación periodística del escritor e historiador chileno Luis Mancilla Perez , cuando se destaca que la mayoría de los fusilados provenía de la Isla de Chiloé, una de las zonas de mayor pobreza de Chile en esos momentos.



Se denuncia de este modo la discriminación, la humillación y la discriminación de estos inmigrantes, considerados de “segunda” detrás de otros inmigrantes europeos. El movimiento huelguístico había comenzado en la región de Magallanes, en años anteriores, ya desde 1914.



En la Patagonia Argentina los dueños de las estancias ganaderas continuaban cancelando sueldos miserables. Los trabajadores, en su mayoría chilotes, trabajaban doce y más horas al día. No descansaban sábados ni domingos, y se les cancelaba sus sueldos con fichas salario que únicamente se podían cambiar en los almacenes de las estancias o con cheques que se convertían en papeles sin valor cuando ningún banco, propiedad de los mismos estancieros, quería cambiar.



Todo empezó cuando los obreros se cansaron de dormir amontonados en camarotes teniendo como colchón y frazadas cueros de ovejas, se aburrieron que de sus escasos salarios les descontaran las velas, y los almuerzos fueran la carne de los corderos encontrados muertos en el campo; querían tener un día para descansar y lavar su ropa; y en los dormitorios tener un lavatorio y agua para el aseo personal y que el botiquín de primeros auxilios tuviera las instrucciones en castellano y no en inglés; y comenzó la primera gran rebelión obrera en la Patagonia Argentina.



Algunos de los obreros sublevados eran italianos, otros habían llegado de Alemania, muchos eran españoles, muy pocos eran argentinos pero la gran mayoría eran chilotes que abandonaron las estancias, y se reunieron en grupos que cabalgaron por esas planicies desoladas pidiendo dignidad y mejores condiciones de vida. Nunca asaltaron estancias, ni saquearon almacenes ni atacaron pueblos como decía la prensa de la época. Ni eran bandoleros que por Aysén invadirían Chile como dijeron los estancieros y publicaron los periódicos en Chile.





Era una multitud de gente pobre que desde Europa llegó huyendo del hambre, y desde Chiloé escapó de la cesantía. Los estancieros le dijeron al gobierno argentino que una rebelión desolaba la Patagonia, y el gobierno mandó al ejército.



El 11 de noviembre en la estancia El Cifre fue fusilado el chilote Roberto Triviño Cárcamo. El capitán Pedro Viñas Ibarra con treinta soldados fusiló obreros en Punta Alta, en Cancha Carrera, en Fuentes de Koyle, en el Perro, y en otras estancias. Varela con otro destacamento de treinta soldados fusila a los obreros que se rindieron en Paso Ibáñez, y el escuadrón del capitán Elbio Anaya fusila obreros en Bellavista, Cañadón León y otros lugares del centro del territorio de Santa Cruz; después Varela se va a Puerto Deseado y en ferrocarril viaja a combatir contra los obreros chilotes liderados por Facón Grande, pero en Tehuelches es derrotado, y los obreros con el remordimiento de no haber enfrentado a la gendarmería sino que al invencible ejército argentino, se rinden y Varela los fusila por decenas.



El 8 de diciembre los chilotes que ocupaban la estancia La Anita se rindieron sin disparar un tiro, y los soldados del ejército argentino los obligaron a cavar sus tumbas, pararse en la orilla, y los fusilan amontonando los cadáveres unos sobre otros. Tumbas que cubrían los obreros sobrevivientes elegidos por los dueños de las estancias para continuar con la temporada de esquila. En el paredón de la Piedra Grande de La Anita se cree fueron fusilados más de un centenar de obreros chilotes.



Todos los líderes de esta rebelión obrera, de una u otra manera, estuvieron relacionados con Chiloé. José Acciardi que con el también italiano José Fontes lideró las cuadrillas de obreros que iniciaron la primera rebelión obrera en enero de 1921, se escapó a Chiloé y aquí formó familia y falleció en 1963.



Antonio Soto, a quien todos consideran el líder de esta rebelión obrera, estuvo casado con una chilota de la isla de Quinchao, y fueron chilotes quienes le ayudaron a escapar de la muerte en La Anita.



José Luis Descoubieres Mansilla, que nació en Quinchao, lideró los obreros en la zona de Santa Cruz. José Font, “Facón Grande”, líder de los huelguistas de la zona de Puerto Deseado, tuvo como lugarteniente al chilote Antonio “El Negro” Leiva. Esto no era casualidad los chilotes recorrían la Patagonia a lo ancho y a lo largo buscando trabajo.



La mayoría de los fusilados en esta rebelión que el ocho de diciembre se conmemora en La Estancia La Anita, y en Chiloé nadie recuerda, no cabe duda eran chilotes. Chilotes por haber nacido en Chiloé, y no por la carga racista, discriminatoria y despectiva que en la Patagonia le otorgaron a ese gentilicio. Chilotes, con toda la dignidad y el orgullo de haber nacido en Chiloé. Esos chilotes fueron las victimas olvidadas de esa matanza.



Se cumplen 97 años de esas matanzas de obreros de estancias en la Patagonia Argentina. Son 97 años los transcurridos desde que esos obreros chilotes fueron fusilados y enterrados en tumbas masivas por pedir un mejor salario, un paquete de velas a cuenta del patrón, un día de descanso no trabajar más de diez horas.



No se sabe la cantidad de obreros fusilados. La FORA, Federación Obrera Argentina afirmaba fueron dos mil, el Congreso argentino dijo fueron 1500 cuando solicitó una investigación de estas matanzas; 600 a calculado Osvaldo Bayer según dice en el libro que denunció estos fusilamientos masivos, centenares de obreros dijo la FOM, apenas un centenar de “chilotes” afirmó despectivamente el general Elbio Anaya en una conferencia en el Instituto Militar argentino, y él sabía de estos fusilamientos porque comandó un escuadrón cuando era capitán y acompañado por la Liga Patriótica Argentina fusiló chilotes en Bellavista, en Cañadón León y otros lugares.



Han transcurrido 97 años y en Chiloé, el país de esos fusilados, nadie dice nada. No se realizan ceremonias de recordación, ni se erige un modesto monumento que recuerde a esos chilotes que a comienzos del siglo veinte emigraron hasta la Patagonia Argentina para en esos lugares lejanos encontrar la muerte. Una muerte miserable, mezquina, repleta de olvido.



En el artículo “Los fantasmas del historiador” de Osvaldo Bayer, surge la siguiente anécdota sobre Correa Falcón:



Él (Correa Falcón) fue el gerente de la Sociedad Rural en los tiempos de la huelga; él fue quien organizó la resistencia y acompañó a las tropas. Correa Falcón habla con desprecio de los huelguistas, pero en determinado momento baja la voz, que adquiere un tono confidencial: “A Varela se le fue la mano. Los estancieros nos reunimos y les fuimos a pedir que no fusilara más, porque nos íbamos a quedar sin peones para la esquila. Los chilotes no iban a venir más de puro miedo. Y entonces subiría el precio de la mano de obra, que habría que traerla de La Pampa y de las llanuras bonaerenses. Pero el coronel siguió con su método. No nos escuchó”. Una interpretación sumamente práctica. Un cálculo por cabeza de oveja y por cabeza de peón.