Las barras en Mendoza, una historia a la sombra de la política

Los bloques duros de las barras bravas mendocinas no suman 200 personas. Es el núcleo violento que tienen las hinchadas de los principales equipos de Mendoza. El resto es un grupo de perejiles insignificante que juega a veces a ser dueño de un paravalancha, no más que eso. 

 Gritan e insultan, pero no son los que manejan el negocio, los que tienen vínculos y protección. Esos, precisamente, son los menos de 200 a los que nadie toca; que se matan entre ellos en medio de guerras territoriales que, por lo general, tienen que ver con la venta de drogas. Y que viven coqueteando con funcionarios de diferentes partidos.



La barrabravización de la política no es casual. Se acudió a este tipo de delincuentes para formar a los grupos duros de militantes. Basta con ver los cantitos y las actitudes en las marchas para entender de qué se trata. Es la cultura del aguante. Puede caer antipático, pero es la marginalidad al poder.



En Mendoza, están todos manchados. Godoy Cruz y Las Heras son los casos testigos.



La barra del Tomba creció y se empoderó bajo la cobertura política que tuvo durante el gobierno de Julio Cobos. Funcionarios del Ministerio de Seguridad y altos mandos policiales fueron cómplices del ascenso de Daniel “El Rengo” Aguilera. Le dieron luz verde para hacer lo que quisiera. Hasta que la situación se descontroló y quedaron pegados en una investigación judicial que incluyó escuchas telefónicas que reflejaban de manera explícita cómo y quién daba las órdenes desde la barra.



Un par de años después, Aguilera encontró nuevos socios políticos. Abandonó a aquel radicalismo y decidió jugar con el peronismo de Godoy Cruz. Puso a toda su gente a manejar la logística clientelar en unas elecciones. Trafics, autos y punteros a cargo de organizar votantes que debían ir tras el sueño peronista de reconquistar el departamento. Hace apenas unas semanas, un crimen también desnudó esos vínculos.



Algunos años atrás, incluso, el Partido Demócrata de Godoy Cruz tuvo lazos estrechos con la barra de Independiente Rivadavia. Siempre, también, con la ilusión de que, a partir de ahí, podía construir poder.



La Policía no es un actor secundario en esta historia. Sabe cuándo y dónde actuar. Y también cuándo mirar hacia otro lado. Eso explica la impunidad con que, por ejemplo, se mueve la barra de Gimnasia en el medio del Parque San Martín o la falta de inteligencia para evitar los enfrentamientos entre facciones de la Lepra, que cada tanto termina con un muerto.



En Las Heras, directamente, hubo barras de Huracán que eran narcos y que estuvieron metidos dentro del municipio, como empleados o como colaboradores. El caso más claro fue el de Isaac Rojas, alias “El Gordo Isaac”, que fue detenido en 2016, procesado y condenado por manejar un vivero de marihuana. Él y parte de su familia recorrieron durante años los pasillos de la comuna con total impunidad.



En Las Heras existe un mito alimentado a partir de hechos reales: quien maneja la barra de Huracán maneja la política. Y, en algún momento, todos caen en la tentación de ese axioma.



Así y todo, los dirigentes políticos recurren a sus servicios. Vienen de otro palo. No tienen ni potrero ni horas de estar en la tribuna bajo el sol. Entonces recurren a ellos para tener fuerza de choque y suponen que van a poder controlar la situación.



De paso, creen que contratando barras van a estar más cerca del pueblo. De lo humilde. De lo popular. Necesitan repetir una y otra vez “lo’ pibe’ y la’ piba’” porque suponen que así bajan a un barro que no conocen. No importa si en el medio hay asesinos, violadores y narcotraficantes. Les venden el discurso y compran. Es el márketing del mercenario. No hay fidelidades. Juegan al mejor postor. Y cuando empieza la balacera no saben dónde esconderse.



 



El Sol


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