Bolsonaro pierde el apoyo de quienes lo habían votado en la segunda vuelta

Una encuesta revela que los que en 2018 optaron por el conservador solo para derrotar al PT en el ballottage ahora le han bajado el pulgar.

Desde que el presidente Jair Bolsonaro asumió el cargo hace cinco meses, las encuestas han medido un aumento en su tasa de desaprobación. La recesión de la economía no cede, y el desempleo se mantiene alto. El mal desempeño del equipo de gobierno en estas áreas y su confrontación con el Congreso han bloqueado la agenda de reformas de Bolsonaro y su ministro de Finanzas, Paulo Guedes. Brasil no crece y su tamaño es hoy el mismo que tenía en 2014. El gasto público y el déficit fiscal son factores clave, pero el gobierno no logra sacar adelante sus reformas del Estado en el Congreso.



   Según publica ayer O Estado de Sao Paulo, la encuesta más reciente del Ideia Big Data Institute muestra que la pérdida de apoyos más significativa de Bolsonaro se da en el electorado que votó al entonces candidato sólo al pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 28 de octubre de 2018. Esta porción de votantes se unió a Bolsonaro únicamente para evitar el regreso del PT de Lula da Silva al gobierno a través de su candidato Fernando Haddad. El eje central de la desaprobación de la actual administración es la persistencia de la crisis económica y los altos niveles de desempleo.



   Según la encuesta de Big Data, la mayoría de los votantes que optaron por Bolsonaro en 2018 y ahora rechazan su gobierno son mujeres de entre 25 y 40 años, miembros de las clases B y C, no evangélicas y viven en ciudades con más de 200.000 habitantes en las regiones Norte y Noreste. Este segmento votó por el presidente sólo en la segunda vuelta y representa cerca del 10 por ciento de los 18 puntos que Bolsonaro ha perdido desde su toma de posesión el 1º de enero pasado, según la encuesta mensual de Big Data Idea.



   Uno de los argumentos presentados para el retiro en apoyo a Bolsonaro es el desconocimiento de las propuestas del entonces candidato durante la campaña electoral, según el economista e investigador Maurício Moura, fundador del instituto, a las que se suman otros factores: el “ruido” causado por miembros del gobierno en las redes sociales y la ausencia de medidas para generar empleo y combatir la crisis económica.



    Apenas asumió el gobierno, los mercados estaban entusiasmados con las perspectivas de las reformas liberales que prometían Bolsonaro y su ministro de Finanzas, Paulo Guedes. Pero ante el inmovilismo de estos cinco meses las expectativas pronto comenzaron a desmoronarse. Hubo errores del gobierno, disputas internas dentro del Poder Ejecutivo, un torpe intento de intervención estatal en el sector de los combustibles y, fundamentalmente, la falta de liderazgo en el Congreso. El pequeño partido de Bolsonaro tiene, como todos los gobiernos brasileños, que negociar con el Congreso para sacar las leyes que desea. Es el caso de la reforma del sistema previsional, que está virtualmente quebrado y es uno de los grandes causantes del gasto público desbocado.



   “Brasil necesita hacer una amplia revisión de los gastos públicos. Tenemos un gasto público elevado con relación a otros países de similar nivel de desarrollo”, expresó a la agencia EFE la economista y ex secretaria del Ministerio de Hacienda, Ana Paula Vescovi. Vescovi, que también fue secretaria del Tesoro, consideró que las cuentas del Estado brasileño no son “distributivas” y no alcanzan de manera satisfactoria áreas básicas, como los programas sociales. “Hay que elegir prioridades. Tenemos que revisar subsidios y el conjunto de programas que fueron concedidos a grupos específicos”, recomendó Vescovi.



   El consenso entre analistas económicos es que el Estado comenzó a gastar demasiado al menos desde 2013, durante el gobierno de Dilma Rousseff. El déficit fiscal casi no ha cesado de crecer y Bolsonaro heredó uno de 7% del PIB, un nivel insostenible. La principal fuente de gasto es el sistema previsional. Mucho brasileños se jubilan demasiado pronto, en algunos casos apenas superan los 50 años, y con grandes beneficios entre los empleados públicos. Bolsonaro y Guedes proponen recortes y subir la edad jubilatoria a 65 años para los hombres y 62 para las mujeres. Un marcado envejecimiento de la población brasileña de 210 millones de habitantes empeora aún más las cosas.


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