A 22 años de su muerte, las cartas de despedida que dejó René Favaloro

El 29 de julio del año 2000 el prestigioso médico cirujano René Favaloro se mató de un tiró al corazón. Antes de partir dejó 7 cartas y en sus líneas los pensamientos que lo atormentaban.

Hoy se cumplen 22 años de aquel simbólico disparo al corazón que se efectuó René Favaloro. Antes de su muerte, 33 años para ser más exactos, se había convertido en uno de los argentinos más célebres al sistematizar el bypass coronario, la técnica que salvó millones de vidas en todo el mundo.



René se sentía desbastado. Todo lo que había construido con tanto esfuerzo por más de tres décadas comenzaba a desmoronarse, algo que no podía permitirse. Su vida estaba atravesada por sentimientos encontrados. Por un lado, estaba profundamente enamorado de Diana Truden, a quien le llevaba 46 años y con quien iba a casarse en pocas semanas. Por otro lado, la fundación que él había creado atravesaba una profunda crisis financiera.



Antes de aquel fatídico disparo del 29 de julio del año 2000, Favaloro escribió cartas para varios destinatarios (que dejó ordenadas sobre la mesa del comedor), simuló un viaje a La Plata para poder quedarse solo, se ducho, afeitó y se puso su pijama y ojotas. Minutos después en su departamento de Barrio Parque su corazón dejaría de latir para siempre.



Las cartas de René Favaloro antes de su muerte



René Gerónimo Favaloro murió a las 16.45 de ese sábado 29 de julio. En el departamento los forenses encontraron tres avisos pegados en el espejo del baño. Uno decía "Avisar a Roberto y Liliana" y aparecían sendos números telefónicos. Otro decía: "Hasta Siempre". El tercero dejaba indicaciones sobre qué hacer con su cuerpo.



El célebre médico también había dejado 7 cartas para distintos destinatarios y otra que decía: "Mi testamento".



Carta para Diana:



"Ha llegado el momento de la gran decisión. Tú no eres culpable de nada. Mis proyectos se han hecho pedazos. No puedo cambiar los principios que siempre me acompañaron. Creo que la Fundación se derrumba. No podría aguantar como testigo lo que construí, con tanta fuerza, ahora su destrucción. Estoy cansado de luchar y luchar. Remando contra la corriente en un país que está corrompido hasta el tuétano. Tú eres testigo de mi sufrimiento diario. Te agradezco todo lo que me has brindado. Particularmente en este último año", rezaba la carta destinada a quien se había desempeñado como su secretaria.



La misiva continuaba: "Nunca podrás imaginar cuánto te he amado. Nunca tuve nada igual. No se puede comparar con nada semejante de mi pasado. Tú has sido mi grande y verdadero amor. Siempre me he sentido un poco culpable. Nunca debí permitir que nuestro amor llegara tan lejos. Cuarenta y seis años es una gran diferencia. Y no te pude brindar hijos. Rezá un poco por mí. Sé que te recuperarás porque eres fuerte. El tiempo lo arregla todo".



La otra carta explica la situación agobiante de la Fundación Favaloro y expresa el estado de desesperación en que se encontraba Favaloro.



"La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir ‘no hay camas disponibles’. Nuestro juramento médico lo impide. Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar. La mayoría del tiempo me siento solo.



El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse. Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al ‘sistema’. (...) No puedo cambiar, prefiero desaparecer.



Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar.



No ha sido una decisión fácil pero sí meditada. No se hable de debilidad o valentía. El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano. Sólo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad.



En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta. En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.



A mi familia, en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco.



Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa. Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles".



Las otras cartas que había dejado sobre la mesa, estaban dirigidas a su empleada doméstica, Ramona Jiménez, a quien sumó en el sobre un fajo de dólares; a sus sobrinos, “hijos de Juan José”; a Roberto Favaloro, su otro sobrino (hoy presidente honorario de la Fundación) y otra dirigida a sus amigos y familiares.



El 26 de mayo de 2001, casi un año después de su muerte, un grupo de familiares cumplió con el pedido de René. Sus cenizas fueron arrojadas en Jacinto Aráuz, en los montes que el cirujano había pensado. 


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