El caso "Langer"

Nada parecería alterar la calma de la pequeña capital de Santa Cruz. Lo más destacado era la organización de los actos del día de la Independencia.

*Mario Novack



Santa Cruz estaba gobernada por Fernando Diego García y en Río Gallegos su intendente era Emilio “Pichón” Guatti, comerciante. La ciudad atravesaba un frío invierno y hacían pocos días se habían fijado los precios de venta del carbón mineral que abastecería a viviendas y comercios.



Los valores fijados por la Dirección de Comercio e Industria llegaban a 30 pesos la tonelada y 1,50 para el carbón con entrega domiciliaria. Así ese espectáculo de chimeneas humeantes y el crepitar de salamandras y cocinas de fundición se extendía desde el centro a la periferia de la ciudad.



Todo era tranquilidad en la capital, hasta que un acontecimiento brutal registrado en la medianoche del  7 de julio de 1971, provocaría - por sus características - la conmoción generalizada de la población.



Al bosnio Nikola Opacak, que tenía su negocio de fotografía en la avenida Roca 1.220 le llamó la atención que su vecino y amigo Julio Langer no cumpliera con el ritual previo a cada viaje que hacía a Buenos Aires, de dejarle previamente sus valijas para retirarlas del local.



Langer era propietario de la Tienda “La Confianza”, ubicado en el 1214 y tenían entre ambos una relación de vecinos y colegas que se había mantenido a lo largo del tiempo. Andriana Opacak recuerda que ese día su padre observó las persianas bajas, el negocio cerrado y comenzó a preocuparse.



Cerca de las 11 de la mañana Nikola Opacak tomó una escalera y se asomó al muro de su vecino Langer. Desde allí se veía la parte trasera de la casa. Dos detalles lo alertaron…la puerta de la cocina entreabierta y una escalera bordeando el muro de la casa, que alguien habría utilizado para entrar o salir del patio de la misma.



Opacak bajó,  se dirigió a la casa y lanzó un grito mezcla de sorpresa y angustia. En el piso de la cocina yacía muerto a golpes Julio Langer, en un cuadro de sangre y vidrios rotos. La crónica registrada en el diario “La Opinión Austral”, detalla algunos aspectos relacionados con el hecho policial en sí.



Cita por ejemplo que el móvil del asesinato sería el robo, ante la presunción del retiro de una fuerte suma de dinero, previo al viaje de Langer a la ciudad de Buenos Aires.  Señala también que se notó en distintos lugares de la casa y del comercio habían cheques y documentos los que al parecer fueron vistos y tocados por el o los autores del hecho sin hacerse de ellos, al parecer en busca de la fuerte suma.



Julio Langer cumplía con su rutina diaria de trabajo y cenaba todas las noches en la gamela de YCF, ubicada en Rawson y Alberdi y ese día no había concurrido al lugar que quedaba a poca distancia de su tienda.



Para ubicar a los lectores, en esa vereda se ubicaban el Hotel Covadonga, aún funcionando,  la tienda “La Confianza”, Casa de Fotografía Opacak y el Hotel Colón, donde actualmente se encuentra Emmanuel Calzados, completando la Avenida Roca y Velez Sarsfield.



Precisamente el comentario de esos tiempos relacionaba a un pasajero del Hotel Colón con la autoría del hecho y su rápida huida a Chile en los transportes de esa época. Incluso en la edición del 14 de julio se dá a conocer en forma extraoficial la detención de una persona de apellido Vera, detenido en Chimen Aike y que habría confesado el crimen.



Sin embargo, nada de eso sucedió y el crimen continúa aún impune. Pero como suele suceder en la mayoría de los casos, siempre hay una historia detrás de la historia y esta es la de la familia Langer.



La entrevista



Leyendo el libro “Judios” de Sergio Langer, hijo de la victima de este hecho trágico conocí la historia y me dispuse a seguirla, casi medio siglo después de ocurrida.   En una excelente narrativa, la periodista Mónica Yemayel, en la pagina escritores del mundo entrevista a los hermanos Langer.



Dice Sergio Langer “Cuando era chico, vivía en el Barrio de Once, en el departamento de un edificio que había construido su abuelo.



-Mi abuelo paterno, un polaco que llegó a la Argentina a principios del siglo pasado, se fue a Río Gallegos y puso una tienda de ramos generales, La Confianza. Mi padre, Julio, creció ahí, entre los estantes de esa tienda. Cuando mi padre cumplió diecinueve años, mi abuelo lo dejó al frente del negocio y se vino a Buenos Aires con mi abuela. Entonces construyó ese edificio con departamentos para él, para sus hijos.



En uno de los viajes a Buenos Aires, Julio conoció a Nusia Barón, hermosa, citadina, independiente. Sergio todavía se pregunta cómo pudieron unirse un alma solitaria como la de su padre, aferrado a su tienda en el sur, y un espíritu libre como el de su madre.



-Ella sabía lo que quería y lo que quería era no irse al sur; quería criar a sus hijos en una ciudad grande, en un entorno judío, educarlos en buenas escuelas.



Los hijos fueron tres: Marcelo, dos años mayor que Sergio, y Esthercita, cinco años menor. Su padre vivía partido en dos: la mitad del tiempo en Buenos Aires, con Nusia y sus hijos, y la otra en Río Gallegos. Pero lo que él recuerda es que nunca estaba.



-Y yo necesitaba su presencia, ese balance para soportar la historia de mi vieja que se esparcía por toda la casa aunque ella no dijera una palabra.



En su casa no había portero eléctrico, su papá no tenía un auto, su mamá no tenía un ascensor para subir tres pisos cuando estaba embarazada.



-¿Eran muy pobres? 



-Eso era lo peor, no éramos pobres. Pero para la familia de mi viejo, después de la miseria que había pasado en Polonia, ese edificio rústico era un palacio. Para mí, no. Yo empezaba a codearme con compañeros de una escuela cara judía y mi casa me daba vergüenza.



Salían poco. La madre lo llevaba a la plaza con un traje de marinerito, y se ponía histérica si se ensuciaba.



-Lo más lindo era dibujar. En grandes hojas de almacén. Muchos dibujos chiquitos en un papel grande.



Dibujar guerras, dibujar soldados, dibujar bombas. Nadie guardó nada de todo eso: él no guardó, su madre no guardó.



-Yo quería dibujar y ella me mandaba a tocar el acordeón con un alemán, judío pero alemán, un hijo de puta que me maltrataba. Y no podía llorar, no me podía oponer. Era como si tuviese que complacerla, y a mi papá que me escribía desde el sur preguntándome ´¿Y, cómo va el acordeón?´.



Aunque en su casa no se hablaba en voz alta de guerras ni de campos de concentración, él, a los once años tenía una carpeta repleta de recortes de diarios y revistas sobre criminales nazis, había leído El Gran Proceso, sobre el juicio a Eichman en 1962, y se compraba fascículos coleccionables sobre la Segunda Guerra Mundial. Pero su madre le apagaba el televisor cuando lo encontraba mirando películas de guerra y él nunca se atrevió a preguntarle qué fue lo que le hicieron en los campos de concentración. Dice que Mamá Pierri no es Nusia pero que así y todo, cada tanto, cuando la dibuja, se oye decir por dentro “ojo con lo que estás haciendo, no podés deshonrar la memoria de tu madre”. Hace un tiempo, probó con una terapia alternativa que propone trabajar con las “constelaciones familiares”.



-Ahí descubrí que ella no podía verme porque entre los dos, tirados en el suelo, había cientos de cadáveres.



Pasó apenas dos veranos en Río Gallegos. Fueron de vacaciones, todos juntos, y se recuerda ayudando a su padre en la tienda, comiendo pan con muzzarella derretida, tomando café con leche, la salamandra humeando.



-La pasaba tan bien. Mi viejo contrataba a un tipo para preparar el asado, comíamos chivito. No sé porqué fuimos sólo dos veces.



El 7 de julio de 1971 Esther cumplió 7 años. Esperaba la visita de su padre al día siguiente, pero el 8 de julio el teléfono sonó muy tarde. Recuerda gritos, corridas, y a sus primos, que vivían en el piso de abajo, diciéndole “Mataron a tu papá”. Un ladrón había asesinado a Julio Langer en el sur.



-¿Y vos qué hiciste esa noche?



-Seguí dibujando.



“Julio Langer, mi papá, era un tipo cálido, bonachón y fanático de su trabajo. Amaba su tienda de ramos generales “La Confianza”, en Río Gallegos. Murió asesinado una fría noche de julio de 1971 por un tal Artemio Paredes, que se había ganado (ironías del destino) su “confianza”, y entró para robarle….”. Eso escribió al pie de un dibujo publicado para el día del padre de 2009 en el Diario Perfil. En el dibujo, copiado de una foto, se lo ve a él, con doce años, esforzándose por rodear la espalda del padre, los dedos aferrados a su hombro.



Lo que siguió a la noche del 8 de julio de 1971 fue la pelea de la madre con la familia paterna, la partida abrupta de los cuatro, las acusaciones, los reclamos, los juicios.



-Fue como si se hubiese desatado una nueva persecución en su cabeza. Armó las valijas y nos fuimos a vivir a un hotel, después a otro, hasta que alquilamos un departamento, lejos de nuestro barrio de siempre. No sé de qué escapábamos, pero escapábamos.



Mi madre Nusia estuvo en un campo. Pero no de uno fashion, tipo Hollywood; ella estuvo en Rumania. La guerra, los campos de concentración fueron la sopa con la que crecí.



En junio de 2003, treinta y tres años después del asesinato de su padre, Sergio Langer volvió a Río Gallegos.



-Desde que mataron a mi viejo tuve la fantasía que, algún día, con mi hermano, volaríamos juntos, como dos superhéroes, para atrapar al asesino.



Pero fue solo. Caminó los lugares que había recorrido con su padre, volvió al sitio donde había estado la tienda, habló con los amigos, los vecinos, tratando de comprender.



- Por qué había elegido esa vida miserable. Investigué. Para descartar que tuviera otra familia. Para descartar que fuera gay. Fantasías que llenaban el lugar de los cabos sueltos.



Confirmó que trabajaba como un burro, que su placer al final del día era comer, en la fonda del pueblo, una tortilla con seis huevos fritos. Removió cielo y tierra y, gracias a que ya era Langer, consiguió leer el expediente del crimen. Ahí estaban, frente a él, las declaraciones de su madre, los testigos, la policía. Y las fotos de su padre muerto y del hierro con el que lo habría matado Artemio Paredes, el sospechoso todavía prófugo. El vuelo de regreso fue de esos que dan miedo.



-Cuando bajé estaba Susana, mi mujer, esperándome. La abracé y le dije: Mañana nos compramos un auto, yo no soy, no voy a ser como mi viejo.



Pocos días después recibió un llamado desde Río Gallegos: habían visto al sospechoso y lo habían reconocido. Langer habló con un abogado amigo y pidió la captura desde Buenos Aires.



-Sentí que gracias a mi dibujo, gracias a que era Langer, me habían dejado ver el expediente. Y que porque era Langer estaban dando, en ese momento, el alerta a las patrullas, los hospitales, las estaciones de trenes y colectivos. Para atrapar a Paredes. Cuando corté, me sentí Superman.



Nunca supo si lo capturaron o no. No quiso saber.



Sergio Langer estuvo en Río Gallegos en 2003, recorrió lugares, lo acompañó Daniel Gatti dibujante y periodista, tomaron contacto con abogados, policías de la época y estuvo en la que fue la Tienda de su padre, habló  con Andriana, la hija del hombre que lo encontró muerto, tratando de saber más.  Igual que nosotros.



La lucha de Mamá Nusia



Luego de la muerte de Julio Langer y los conflictos familiares, Nusia Barón luchó junto con sus hijos atravesando momentos difíciles. Como consecuencia de su permanencia en un campo de concentración en Rumania, los médicos le habían diagnosticado neurosis de guerra. Por esa razón comenzó a cobrar una indemnización mensual como víctima del Holocausto. Su hija Esther recuerda como debía hacerse el procedimiento “ tenía que guardar los cartoncitos de las cajas de remedios que tomaba para dormir. Yo la acompañaba a la embajada de Alemania; ella entregaba las hojas con los cartoncitos pegados y entonces le daban el cheque a través de un vidrio blindado…era horrible”. El tío Iasha, hermano de Nusia, que combatió contra los nazis en Stalingrado en la Segunda Guerra  Mundial, se transformó en un apoyo fundamental tanto para la madre como para los hijos.



Marcelo, que reside en España desde el año 2002, asumió el rol de hermano mayor casi de padre en una situación traumática y  que les resultó difícil de sobrellevar. Lo exportaron la crisis económica, las ganas de ver un nuevo horizonte y la cercanía de su ex esposa con familiares en Galicia.



Allí se ha desempeñado como ingeniero civil, título que alcanzó en la Universidad de Buenos Aires y revalidó al llegar a ese país. Nos cuenta como curiosidad que , pese a ser mayor que su hermana Esther, recibieron ambos su título el mismo día, ya que por distintas razones su carrera se fue atrasando.



Esther recibió su titulo de Analista de Sistemas en la ceremonia, mientras que Sergio, además de  ser un destacado dibujante e historietista, se graduo como Arquitecto en la Universidad de Buenos Aires. Todo un logro de Nusia Barón que luchó por salir adelante con sus hijos. Historias que son parte de una misma crónica.



Nota de autor: En estos últimos días he estado muy en contacto con Marcelo Langer, el hijo mayor de Julio. Suele suceder – de hecho ha ocurrido en notas anteriores – que el periodista establece un vinculo con el entrevistado. Conocer la historia de la familia Langer ha resultado de una riqueza extraordinaria. Nos permite indagar al ser humano por sobre el hecho periodístico. Un abrazo para Sergio, Esther y fundamentalmente Marcelo con quien seguiremos compartiendo estas vivencias de nuestro sur.



 


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