El pingüino de penacho amarillo que veranea en Las Grutas

Fue al sur de Las Grutas, cerca de la playa El Buque. Alrededor de las 16.30, bajo el sol potente de mediados de febrero, el pingüino de penacho amarillo salió del mar y pasó al lado de dos chicos que jugaban en la orilla. Al verlo, su primera reacción fue acariciarlo.

“¡No lo toquen, puede lastimar con el pico!”, gritó un hombre. “Pero el pingüino estaba lo más pancho, parecía que buscaba mimos”, recuerda uno de los veraneantes. Enseguida se le acercaron más chicos: lo rodearon para hacerle mimos y sacar fotos; se quedó con ellos lo más tranquilo. Pronto se sumaron otro adultos que dijeron que lo mejor era que lo dejaran solo. Todos obedecieron. Pero al alejarse, el pingüino los seguía.



Había varios perros sueltos y otros peligros merodeaban, como los cuatriciclos. Un grupo de turistas optó entonces por sentarse, rodearlo y llamar a los guardas ambientales del Área Natural Protegida Bahía San Antonio a la que pertenecen las playas aledañas a Las Grutas, aunque pocos lo sepan. Ellos contaron que cuatro días antes habían encontrado un pingüino igual en la tercera bajada y que lo llevaron al veterinario. Tras la revisación dijo que estaba en perfecto estado. Así que lo soltaron en la playa de El Sótano, a unos 4 km de donde apareciera entre los niños. “Es muy probable que sea el mismo”, dijeron.



Mientras tanto, el pingüino seguía paradito ahí, casi como parte de la ronda de mate. Era tan manso y relajado con los veraneantes que uno de ellos hasta preguntó si lo habrían soltado de un acuario. En cambio, cada vez que se venía un perro gritaba y tiraba picotazos que metían miedo:ninguno se acercó lo suficiente como para salir lastimado.



Tras caer el sol, cuando ya no había perros, ni cuatriciclos ni otros turistas cerca, llegó la segunda gran sorpresa de la tarde. El pingüino empezó a seguir a la última de las familias que se había quedado con él, que se alejaba rumbo a su casa. Hizo unos 150 metros saltando sobre las grandes rocas de la restinga, a la altura de la fama por otro de sus nombres vulgares: saltarocas. Intentaron esconderse como para que no los siguiera y eligiera el mar, pero no hubo caso: se las arregló para trepar el médano, alcanzar el sendero y llegar hasta la casa. Se quedó parado del otro lado de la puerta, como pidiendo entrar.



Se acercaba una tormenta y decidieron abrirle: pasó sin dudar. Durmió en una caja y a la mañana siguiente lo llevaron a la playa. Lo pusieron sobre la arena y empezaron a caminar rumbo al mar. Se metieron en el agua hasta la cintura con el pingüino siempre cerca y luego de unos minutos de nadar a su alrededor decidió seguir su propio camino e internarse mar adentro. 

Es muy raro ver ejemplares de penacho amarillo en la Bahía de San Antonio, donde sí habita otra especie, la de Magallanes. Y también delfines, lobos marinos, ballenas y una avifauna que incluye playeritos, chorlos y ostreros, entre otras aves.



El pingüino de penacho amarillo no es habitual en el golfo ni nidifica en la zona. La colonia más cercana está en la isla Pingüino en Santa Cruz, a unos 900 km. ¿Cómo apareció en Las Grutas? Tal vez se extravió, aunque nadie lo sabe con certeza. De lo que están seguros quienes estuvieron ahí es que no olvidaran el domingo en que el turista menos pensado compartió con ellos una tarde al sur de Las Grutas.



Una visita excepcional en todo sentido: aunque se dejó tocar y hasta durmió en una casa, los guardas ambientales recomiendan dejar solos a los pingüinos y a los lobos marinos que aparecen en la playa, ya que salen a descansar y necesitan estar tranquilos. En este caso era el pingüino el que no quería dejar a los turistas. “No sabemos a qué vino y por qué fue tan cálido. Dejó un recuerdo difícil de olvidar”, dijo uno de ellos, mientras los chicos repetían la misma frase: “El día más feliz de mi vida”.


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