Hombre con pierna amputada no tiene dónde vivir: se refugia del frío en tubo de la Costanera de Punta Arenas

La ropa que lleva puesta es todo lo que tiene para cubrirse, medio pan es todo de lo que disponía para alimentarse.



Es imposible no detenerse a pensar un momento, cerrar los ojos y no ponerse en su lugar. “A lo mejor, es posible que merezca estar acá”, dice haciendo una especie de mea culpa que da inicio al diálogo.



Son las 16 horas de este jueves, la temperatura marca -1 grado, pero en el sector de Costanera a la altura de calle Paraguaya, fácil la sensación térmica desciende hasta -5. Ariel Parra, como se identifica, se guarece del frío en uno de los tubos amarillos a un costado de los terrenos del muelle Arturo Prat.



Con el respeto que se merece, su panorama surge desolador. Está recostado, a su derecha su silla de ruedas y a la izquierda una bolsa con un trozo de pan. La ropa que lleva puesta es todo lo que tiene para cubrirse, media hallulla es todo lo que dispone para alimentarse. Su móvil de dos ruedas es su transporte, necesario para quien le fue amputada su pierna izquierda “hace algunas semanas… no recuerdo bien”, señala.



El hombre de 46 años intenta hilvanar ideas. Se entiende que es difícil conversar; el frío y los chubascos de aguanieve poco ayudan. Cuenta que llegó el miércoles al lugar, “porque era la única alternativa de refugio. Antes estuve en el Cesfam de la 18, pero no estaba bien que permaneciera ahí. Aquí no me molesta nadie, pero no niego que me gustaría estar bajo techo, abrigado, pero es mi realidad. ¡Ah!, y estoy cerca del liceo donde estudié”, dice desviando su mirada a hacia el sur donde se ubica el Industrial Armando Quezada Acharán.



Del Covid, dice que ni siquiera se ha detenido a pensar con todos los problemas que dice tener tras su accidente. “Trabajaba en una pesquera y me corté la planta del pie. Por dejarlo se me infectó y terminé perdiendo la pierna. Eso lo cambió todo”. Aclara no ser diabético y asegura no tener problemas con el alcohol, aunque sí reconoce haberse “portado mal” un par de veces.



De familia, señala que prefiere no hablar, aunque reconoce que en algún momento ha recibido la ayuda de su madre y hermana.



El hombre trasunta entereza y le quita dramatismo a su situación. “Siempre puede ser peor. Ahora no me queda más que seguir acá. Algo de comida y un techo estarían bien. Veremos cómo será pasar la noche con este clima”, agrega.



Luego unas fotografías, una sonrisa y un gracias que retumba entre medio del tubo que hoy lo acoge a orillas del Estrecho.



 



La Prensa Austral


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