Los billetes falsos también se filtran en cajeros automáticos

La bancarización es necesaria, pero no siempre facilita la vida de los clientes. La compleja operatoria reclama que los usuarios se vuelvan expertos; y que tengan la suerte de recibir moneda de curso legal.  


Conseguir un cajero que opere, que tenga dinero disponible, que sea de la red y el banco contratados para evitar mayores costos, que presente esperas razonables, que no esté alejado del lugar en el que el usuario se encuentra y que tenga papel para entregar el comprobante, es una pretensión que puede ubicarse entre la odisea y la utopía urbana contemporánea.

El desafío reclama, además de prevenciones tales como testear la normalidad en el lector de la tarjeta para abrir al puerta, no digitar el código en presencia de terceros, hacer inteligencia previa para evitar sorpresas a la salida, rezar para que el cajero no se trague el plástico ante nuestra torpeza o por problemas técnicos y no olvidar de retirar la tarjeta.

La operatoria demanda también un proceso personal de paciencia bien cultivada, para evitar que un repentino brote psicótico ataque al usuario ante la falta de billetes, que muchas veces no es advertida por el impersonal cajero automático, sino hasta después de haber procedido en vano a perder el tiempo y la tranquilidad.

Y como si esto no fuera suficiente, la modernidad bancarizada demanda del usuario que tenga un tacto a prueba de billetes falsificados, lo que de todas maneras no le facilitará la devolución de lo que le pertenece.

Lo que “no puede” suceder

Los tesoros regionales del Banco Central de la República Argentina le entregan los billetes a las transportadoras de caudales, que se encargan de alimentar los cajeros automáticos, a través de personal auditado a su vez por el banco que opera el cajero que pertenece a una red operadora del sistema.

Lo que se puede responder desde las líneas periodísticas a tales casos no es gratificante, pero al menos permitirá reflexionar sobre el sistema y los mecanismos para hacer valer los derechos de usuario, consumidor, de propiedad e incluso de ciudadano.

Mientras tanto, a la larga lista de exigencias para operar cajeros, ha de añadirse la de tener tacto sensible a los billetes falsos, tomarse el trabajo de permanecer para ello en el cubículo del caso (aunque el temor aceche y la prudencia diga lo contrario), contar cuidadosamente el papel moneda y mostrar a la cámara del cajero -si es que se la detecta- un billete falso o dudoso, para que la grabación (si es que la máquina grabadora existe y funciona) registre que ese billete fue allí entregado. Y después, iniciar el largo camino del reclamo, que promete penas burocráticas muchas veces más caras que el billete en cuestión.

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