Historias de Patagonia: Lapa, tres historias de una tragedia

* Mario Novack 



“La primera víctima fue mi viejo” dice Ivanna Ramonino. Efectivamente su padre, el contador Oscar Ramonino junto a Andrea Grilli, que circulaba por la avenida Costanera a bordo de un automóvil Chrysler Neón fue destruido por la aeronave. Ella recuerda que miraban junto a su madre las imágenes que mostraban como en una cadena nacional los canales de televisión.



De pronto se estremeció de espanto al ver entre los hieros retorcidos de un vehículo la patente de auto de su padre. Recuerda que en ese momento se desmayó y todo cambiaría en su vida a partir de ese instante. La ausencia del estado, la falta de contención, los miedos, los traumas y el dolor de cada 31 de agosto, de cada recordatorio.



La noche de la tragedia Ivanna Ramonino, de 19 años, estaba en su casa de Ramos Mejía, con el pijama puesto. Había tenido un mal día: llegó más tarde del trabajo porque, al irse, dejó la llave puesta del lado de adentro y trabó el local donde trabajaba. Su mamá, Rita, la esperaba para cenar. También a su padre, Oscar, que a esa altura de la noche ya debía estar en casa. El hermano de Ivanna, un año mayor, jugaba al básquet.



En la TV emitían CQC. Pero a las diez de la noche, la transmisión se interrumpió por un flash informativo. Un accidente de un avión de Lapa, del que aún no se sabía mucho, había provocado un incendio y un gran número de víctimas. Rita e Ivanna pegaron los ojos al televisor hasta que un Chrysler Neón blanco, como el de Oscar, apareció en pantalla. Estaba partido al medio, pero llegaba a verse la patente.



—Mamá ya tenía la cara desencajada.



Rita corrió a buscar los documentos del auto para chequear la serie. Miró el papel, miró la pantalla y miró el papel otra vez. “Es lo último que me acuerdo —dice Ivanna—, me desmayé”.



Pasaron 21años de esa noche. Ahora, Ivanna vive en Lobos, y su casa está a metros de la Laguna. Entre su domicilio actual y aquella casa de Ramos Mejía vivió en otros puntos del conurbano, en Ciudad de Buenos Aires y en San Marcos Sierra, en Córdoba. Desde hace siete años está instalada en Lobos. En la ciudad ya vivían su mamá y su hermano, y en la zona de la laguna, ella y su familia encontraron un lugar tranquilo, en un entorno natural y cerca de los suyos. Llegó con su pareja y una hija de un año (que hoy tiene ocho). En Lobos, fundó Espacio Mirar, donde enseña danzas. Entre el éxodo porteño y la tragedia de Lapa hay una relación directa: “Todos trabajamos para que se haga Justicia, pero en un punto necesitamos alejarnos y reconstruir la vida que se terminó con el accidente”.



La madrugada del 1 de septiembre



El primer lugar al que fueron Ivanna y Rita después de ver las noticias fue al Hospital Fernández. Ahí, habían escuchado, se informaban las listas de fallecidos y heridos. Cuando llegaron, a Ivanna le pareció que estaba adentro de una película: “Había un mundo de gente, cámaras, luces. Pero nadie te daba una respuesta”. Rita chequeó todas las listas que había en el hospital. Ivanna volvió a desmayarse.



 Ella, su mamá y su hermano, recorrieron hospitales, comisarías y morgues a lo largo de la madrugada. Se desencontraban y volvían a encontrarse en distintos puntos de la ciudad. “No teníamos ninguna certeza —dice—, y hasta ese momento se hablaba de que podía estar en shock, perdido o en algún hospital”. Por eso, también le dedicaron tiempo a describir a Oscar frente a micrófonos de radios de todo el país y cámaras de televisión, mostrar fotos y dar sus datos de contacto. Durante toda la madrugada del 1 de septiembre, la familia Ramonino no supo exactamente qué buscaba.



 A mitad de la noche, la hipótesis de que Oscar estaba perdido cobró más fuerza. En una estación de servicio, un periodista le dijo a Ivanna que había conocido a un hombre que frenó en el semáforo a pocos metros del punto donde el avión cruzó la calle. “¡De la que me salvé!”, había dicho el hombre al periodista. “Imaginate, es una cosa que no te esperás. Vas en el auto por la calle y se te cruza el avión, era posible que estuviera confundido, impactado”, dice Ivanna. La idea de que su papá fuera ese conductor la mantuvo inquieta toda la noche.



No teníamos certezas horas después y se hablaba de que podía estar en shock, perdido o en algún hospital



Hacia el final de su recorrido terminó en el lugar exacto del accidente. Se le acercó un hombre que la vio desorientada. “Era un tipo que hablaba con los policías, con los fiscales, se manejaba como si tuviera cierta jerarquía aunque no supe quién era”. Él la acercó a una de las médicas forenses, que escuchó a Ivanna repasar lo que le había dicho un periodista desconocido en una estación de servicio de algún lugar de la Capital Federal, en algún momento de la madrugada.



 —A tu papá lo arrolló el avión—le dijo la médica—. Quedate tranquila. Fue un segundo, ni se dio cuenta.



 Ivanna se quedó dura. Repasó todo para encontrarle sentido. Un hombre se va a trabajar y al salir de una reunión, un avión que no despega se mete en la calle. Pisa a un solo auto: el de su papá. “No —pensó—, no tiene ningún sentido”.



 Encontró a su mamá y a su hermano cerca de las oficinas de Lapa, en la puerta siete de la zona de embarques.  Rita recibió un llamado de parte del senador Eduardo Menem —horas antes, en el hospital, el funcionario se había mostrado ante las cámaras, aunque con pocas respuestas—. Le avisaron a Rita que cerca del auto habían encontrado un cuerpo, pero que no era compatible con la contextura física de Oscar. Es decir, Oscar aún podía estar vivo.



 Esa mañana, Ivanna se fue a dormir a casa de una amiga. Despertó con su mamá al lado. “¿Lo encontraron?”, fue lo primero que le preguntó. “No —le respondió Rita—. No es posible. Papá falleció”.



   





Los hermanos Lezcano



María del Carmen y Hugo Lezcano son hermanos que vivieron el milagro de salir con vida, luego que el Boeing de LAPA los aplastara, cuando circulaban a bordo de un pequeño Fiat 147. El relato de ambos es impactante.



 "Cuando salí del coche miré al cielo y recé por todos los que habían quedado dentro del avión y por nosotros", expresó María del Carmen Lezcano, una de las sobrevivientes de la tragedia del avión de LAPA ocurrida el martes último.



Ella y su hermano, Hugo Ignacio, circulaban por la avenida Costanera en dirección al Sur, en un Fiat 147 blanco, cuando el descontrolado Boeing 737 les pasó por arriba y destruyó parte del vehículo.



El rodado de los hermanos Lezcano, con chapa ACU 329, fue uno de los tres vehículos arrollados por el avión. No sufrieron ni un rasguño.



"De golpe me pareció escuchar el estruendo provocado por las turbinas del avión y sentí un cimbronazo como si me hubieran chocado el auto. Unos segundos después vi pasar el avión en llamas", recordó Hugo.



El destino puso a los Lezcano al borde de la muerte y los convirtió en testigos de la tragedia aérea más grande en la Argentina.



Conmovidos y afectados por la gente que vieron morir, los hermanos relataron la tragedia. "Todo ocurrió muy rápido. Mientras nos desprendíamos de los cinturones de seguridad se podía ver cómo se incendiaba el avión y cómo los pasajeros se tiraban por la parte trasera. En ese momento conté como a 15 o 20 personas. Algunos corrían con sus ropas en llamas, como si tuvieran fuego en la espalda", relató Hugo.



El vínculo entre los hermanos y el momento de la tragedia había comenzado quince días antes, cuando recibieron una invitación para asistir a un evento en uno de los salones del complejo Punta Carrasco.



Ese día, una firma de cosméticos presentaba una nueva línea de productos y había convocado a sus clientes.



"A las 20 cerramos el negocio y cinco minutos más tarde partimos rumbo a la fiesta", agregó María del Carmen. "En el momento del accidente, como no sabía dónde podía girar para ingresar en el predio de Punta Carrasco, circulaba despacio. No iba a más de 30 kilómetros por hora", explicó Hugo.



"Flaco, ¿estás bien?, me preguntó el chofer del taxi que había quedado treinta metros detrás de mi auto. Volvimos a nacer, me dijo. El avión pasó entre nosotros", recordó el propietario de la perfumería que funciona, desde hace 9 años, cerca de la estación Caseros.



Ni Hugo ni su circunstancial interlocutor vieron en ese instante que el Boeing 737 había arrastrado a un Chrysler Neón, cuyo conductor, el contador Oscar Ramonino pereció en el accidente.



Alejandro Grondona, el conductor del Audi negro, chapa BUR 612, el tercer vehículo chocado por el avión, salió ileso del accidente. Apenas sufrió un corte en la frente.





Del libro “A cuantos hay que Matar” de Reinaldo Sietecase



La que más conmovía era la historia de Roberto Vázquez, un empresario de cuarenta años que vivía en Carlos Paz, en plena sierra cordobesa. Vázquez era un tipo feliz, recién casado, estaba embarcado en la construcción de una casa con jardín y pileta.



Trabajaba como gerente de una casa de repuestos para acoplados y remolques, propiedad de su familia. La noche del 31 de agosto, el empresario murió dos muertes. Según se pudo averiguar, Vázquez viajó a Río Gallegos y a Ushuaia para cerrar tratos con algunos clientes. Su esposa lo esperaba para los primeros días de septiembre.



 Pero a último momento Roberto decidió regresar a su ciudad natal antes de lo previsto. No aviso a nadie, tal vez para sorprender a su familia. Llegó a Buenos Aires desde el sur sobre el mediodía, con la idea de tomar un vuelo que lo llevaría a la capital cordobesa y desde allí seguiría en auto hacia su casa en las sierras.



Cuando a las 2054 el avión que se dirigía a Córdoba no pudo despegar , derrapó por la pista y en su loca carrera,, cruzó la avenida Costanera  y se incendió, los familiares de Roberto Vázquez vieron arder la aeronave por televisión con la pena liviana del que nada tiene que ver con ese horror lejano.



Ni en sus más atroces pesadillas podrían haber imaginado a Roberto como parte de ese espectáculo atroz. Sin embargo él estaba allí. La congoja se apoderó de ellos cuando un vecino le avisó a la esposa que la radio había dado el fatídico anuncio: Roberto Vázquez estaba entre los muertos. Pero con el correr de las horas otra noticia cambió el desconsuelo por algarabía.



Las oficinas de la aerolínea en Buenos Aires revelaron que el empresario cordobés no viajaba en el avión siniestrado. Según la información oficial, su nombre no figuraba  en la lista de pasajeros que cumplieron con el check in en el aeropuerto, un trámite obligatorio para poder ascender al avión. El dato era contundente. El alivio y la emoción expulsaron la pena. Su familia no podía ubicarlo por teléfono pero poco importaba, lo relevante era que no había tomado ese vuelo. En la medianoche de Carlos Paz ya nadie lloraba por Roberto Vázquez. Claro que él no lo sabría nunca porque estaba muerto. Su familia se enteró de la triste noticia en la mañana siguiente.



Que había pasado? El empresario no ocupó nunca su butaca en el avión incendiado. En su loca carrera además de algunos automóviles, el avión aplastó a tres transeúntes. Uno de ellos era Roberto Vázquez.



Que hacía allí? Porque no subió al avión si había comprado el pasaje? Llegó tarde y al perder el vuelo decidió salir del aeropuerto para buscar alojamiento en Capital? Y si fue así porque no tomó un taxi? Nadie lo sabe. Lo cierto es que el hombre no faltó a la última cita.   Agradecimiento especial a la colega Paz Azcarate que concretó la entrevista con Ivanna Ramonino para el portal ADN y cuyo testimonio es reproducido en este artículo.


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