Historias de Patagonia: La gaucha de Malvinas

“Así que el gobernador se va a casar  con una mujer de Malvinas…?”, pregunta el paisano Cipriano García a Ramón Lista mientras cabalgan rumbo a los toldos asentados en el cañadón Misioneros, en inmediaciones de Puerto Santa Cruz.

*Mario Novack



“Dicen que es descendiente de británicos, porque allá mujeres criollas nunca hubieron”, acota el hombre nacido en Patagones y venido a Santa Cruz. Lista lo desmiente con rapidez “no crea, las hubo y una de ellas dejó una huella histórica en el lugar. Se llamaba Antonia Roxa y le decían Antonina”.



“Y como fue esa historia?”, consulta ahora interesado el paisano mientras las aguas de la ría del Santa Cruz comienzan a tornarse más azules por su cercanía con el mar. Lista lo mira y decide comentarle todo lo que sabe. 



“Vea amigo, la historia de las Islas Malvinas es muy larga. Ahora van a traer ovejas desde allí para poblar de ovinos estos campos. Antes había ganado cimarrón, salvaje, que los españoles habían soltado y que fueron reproduciéndose en un número importantísimo”.



Y Argentina decidió explotar la ganadería a partir de la designación de Pablo Areguatí, un originario guaraní, como comandante militar de las Islas. Para alojar la dotación de peones se utilizaron las instalaciones que los españoles habían montado en Puerto Luis. 





“Eso en que año fue…? Consulta García. “En 1823, pero duró poco porque en agosto, el propio Areguatí renunció al cargo y se volvió a Buenos Aires, hasta que después en 1829 el designado gobernador José María Vernet iniciaría la producción con el asentamiento de colonos, mujeres y gauchos en el archipiélago.



Ese grupo - que iba compuesto por los miembros de la familia Vernet-  sumaba además a otras personas que integrarían posteriormente la colonia. Eran estos: 25 gauchos procedentes de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Carmen de Patagones y la Banda Oriental; 5 aborígenes (algunos tehuelches y otros del Litoral); 30 esclavos negros muy jóvenes que tenían prometida la libertad en pocos años, y de quienes se pueden conocer algunos nombres como: Gregoria, Julia, Carlota, Domitila, Marta, Pedro, Mariano, Antonio y Gabino. 



En la colonia que se había formado, también había criollos como el ama de llaves de la esposa de Vernet, llamada Antonia (Antonina) Roxa y las niñeras Victoria y Elisa. Entre los extranjeros estaba el capataz de los gauchos, de origen francés, Jean Simon; 2 familias holandesas, que se encargaban de ordeñar las vacas y fabricar manteca; una pareja alemana, responsable del huerto; 2 o 3 ingleses; un matrimonio español y otro portugués, entre otras tantas nacionalidades. 



Tres cuartas partes de la población había sido traída por Vernet y el resto procedía de las tripulaciones de los barcos visitantes quienes, por alguna circunstancia, decidían quedarse a vivir allí.



Los gauchos eran empleados en la captura y domesticación de ganado alzado y en la construcción de corrales y ranchos. Vivían en casas hechas de turba con poco mobiliario en su interior.



Antonina había llegado a la colonia en 1830 a la edad de 23 años y rápidamente se ganó la confianza de María Vernet quien la nombró ama de llaves. Antonina (Antonia era su verdadero nombre) era una mujer criolla cuyo origen está inmerso en ciertos mitos ya que se la menciona en algunos escritos como hija directa de un cacique de una tribu salteña. 





Lo cierto es que Antonina sumó a su trabajo la asistencia en los partos que comenzaron a producirse en la población incluyendo los de las esclavas como Carmelita quien a lo largo de su vida habría de dar a luz a tres hijos varones: José Simón, Manuel Coronel y Richard (Ricardo) Kenny (nacidos en 1831, 1834 y 1837). 



Respecto a los primeros nacimientos es interesante destacar que en Diciembre de 1829 había nacido un varón llamado Daniel, hijo de la esclava Francisca y padre desconocido, y el 5 de Febrero de 1830 habría de llegar al mundo Matilde Vernet y Sáez (apodada Malvina), hija de María y Vernet, quienes serían los primeros argentinos isleños nativos.



Mientras tanto, el optimismo agrícola-ganadero, contrastaba con los graves problemas que ocasionaban los loberos y balleneros extranjeros, especialmente ingleses y norteamericanos, que iban diezmando los recursos naturales de las islas y del Atlántico Sur. A pesar de los pedidos de Vernet al gobierno de Buenos Aires de contar con al menos un buque de guerra y personal militar, estos pertrechos nunca llegaban.



Los guanacos corriendo interrumpen el relato de Ramón Lista, cuando comienza a divisarse a lo lejos la silueta de los toldos donde acampan los tehuelches de esta latitud. “Criollaza la mujer y corajuda, según cuentan. Lo demostró cuando le tocó afrontar más de un peligro y le comento que la lista es larga”, dice sonriendo Ramón Lista al continuar su historia.”



“Resulta que en una ocasión, en agosto de 1831, el gobernador Vernet incautó tres naves de bandera estadounidense identificadas como “Superior”, “Breakwater” y “Harriet” que cazaban lobos marinos y habían hecho una matanza impresionante en Isla de los Estados y también en la isla Soledad.



Todo esto derivó en reclamos diplomáticos y trámites en Buenos Aires entre autoridades argentinas y estadounidenses en Buenos Aires. Hacia allí había sido trasladado el comandante de la apresada goleta “Harriet, el capitán Davison y el propio Vernet.



Las idas y vueltas y los engaños por parte de los norteamericanos estuvieron a la orden del día, siendo así como eluden cualquier sanción y deciden tomar represalias contra la población indefensa en Malvinas, volviendo vía Montevideo al archipiélago a bordo de la nave de guerra “Lexington, al mando del capitán Duncan”.





El 31 de diciembre la Lexington ingresó a Puerto Luis enarbolando la bandera francesa a modo de distracción. Enseguida capturaron la goletilla “Águila” y se dirigieron con ella a la playa donde apresaron a Brisbane y a Enrique Metcalf, un almacenero francés. Al mismo tiempo Duncan y varios hombres ingresaban a las viviendas, donde saquearon y destruyeron todo a su paso, mientras tomaban muchos prisioneros.



Davison por su parte se apropió de los cueros incautados de la “Superior” y de todo aquello que encontró en el almacén. Duncan se encargó de informar a los habitantes que no se iba a permitir que hubiera límites a la pesca y que si Vernet regresaba, sería ahorcado. De la voracidad de este comandante no se salvó el ganado, que no pagó, ni los cueros, muebles y ropa de los colonos. La Lexington arribó finalmente a Montevideo a principios de febrero de 1832 llevando a varios colonos, esclavos y siete prisioneros (Brisbane y seis de sus empleados). En la Argentina, este suceso vandálico producido en Malvinas causó una gran conmoción, y se interrumpieron las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.



En las islas habían quedado 25 personas, entre gauchos y mujeres que lograron huir al interior durante el ataque de Duncan. Para ellos, los meses que siguieron a la partida de la Lexington, fueron un auténtico infierno.



Antonina trataba de infundir ánimo a las mujeres ya que reinaba la confusión y la incertidumbre. Los loberos extranjeros, conociendo el desamparo en que se hallaba la colonia, aprovechaban para incursionar en la zona dando muerte a vacas, ovejas, cerdos, y hasta les disparaban a los caballos mansos, dejándolos muertos o heridos.        Frecuentemente, tripulantes de distintos navíos, desembarcaban y exigían carne gratis amenazando al capataz Simón y a los gauchos con armas de fuego. Si se encontraban con alguna negativa, ellos mismos daban muerte al ganado y se llevaban lo que querían.



Luego de un período de completa anarquía y abandono el gobierno central dispuso el envío de la goleta Sarandí al mando de José María de Pinedo, llevando al nuevo jefe militar de las Islas, el sargento mayor de artillería José Francisco Mestivier y su tropa. Por esa época también Vernet embarcaba a un puñado de empleados, incluyendo a Brisbane y a Enrique Metcalf, con precisas instrucciones para la reconstrucción del establecimiento.





Después de su asunción y luego de restablecido el orden la tragedia acechaba de nuevo. Antonina no solo había regresado, sino que además formó pareja con un soldado de la dotación. 



Un 30 de noviembre un motín entre los soldados terminó con el asesinato del jefe Mestivier. Pocos días más tarde, el capataz Simón junto a un grupo de marinos de una nave francesa en el lugar y acompañado de los gauchos apresaban a los amotinados y los confinaban en la goleta inglesa Rapid a la espera de la llegada de la nave argentina. El comandante de la Sarandí se hizo cargo de la situación y puso orden en el lugar. La paz reinaba nuevamente en Puerto Luis, hasta que el 2 de Enero de 1833 incursionó en la zona el navío de guerra inglés, Clio. Su llegada habría de cambiar el curso de la historia hasta nuestros días.



Esta nave, al mando del capitán inglés John James Onslow, expulsó a Pinedo y a la mayoría de los habitantes de Puerto Luis no sin antes asegurarse la permanencia de algunos paisanos que aseguraran la economía de las islas y la provisión de carne a las futuras tripulaciones de los barcos que visitaban el lugar. De hecho, la Clio partiría diez días más tarde, quedando las islas desprovistas de guarnición inglesa durante un año.



Solo 12 gauchos y algunos pocos colonos serían por un largo tiempo sus únicos habitantes. Nuevamente Antonina decidió quedarse (su pareja sería luego ejecutado en Buenos Aires debido al amotinamiento). Era una mujer valerosa que enfrentaba cada desventura con valor y gran fuerza de voluntad.



Pocos meses los empleados de Vernet que habían quedado, faltando al compromiso de pagarles a los gauchos en moneda metálica y no con pagarés a ser abonados en el continente, como era costumbre, habrían de terminar asesinados el 26 de agosto de 1833, en una revuelta organizada por el gaucho Antonio Rivero junto a Jose María Luna y Juan Brasido y la ayuda de 5 aborígenes (Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salazar, Manuel González y un tal Latorre).



Ese día fueron muertos Matthew Brisbane, el argentino Ventura Pasos, el capataz Jean Simon, el despensero William Dickson y Anton Vaihinger, un alemán integrante de las primeras partidas de colonos. Solo sobrevivió Thomas Helsby, el empleado inglés de Vernet. Los demás pobladores escaparon a los islotes cercanos. Eran 13 hombres y 3 mujeres con 2 niños, uno recién nacido. Ocho eran argentinos: el gaucho Manuel Coronel, su compañera de color llamada Carmelita, el pequeño Manuel hijo de ambos, otro hijo de esta mujer de 3 años llamado José Simón, Santiago López, Pascual Diez, la negra Gregoria Madrid y la criolla Antonina Roxa. Nuevamente sería ella quien liderara las tareas de las mujeres en la búsqueda de alimentos que les ayudara a sobrevivir.



No tardarían en llegar los ingleses quienes habiendo realizado algunas batidas (con la ayuda del gaucho Luna, ya arrepentido y oficiando como baqueano) habrían de obtener la rendición de Rivero el 18 de Marzo de 1834.



Pero el gobierno británico tenía como objetivo prioritario reforzar su presencia militar en las islas, la sola presencia del teniente Smith con su personal a cargo no era suficiente. Mientras tanto Smith había logrado reorganizar en parte las actividades ganaderas gracias a las instrucciones escritas de Vernet que poseía Brisbane y que él halló. Con la ayuda de los gauchos Coronel y Luna, logró mantener un plantel de 200 vacunos mansos lo que le permitía faenar y tener carne fresca disponible, además de criar cerdos y gallinas. En estos menesteres contaba con la ayuda de Antonina Roxa, ya que además de ser partera y granjera era una habilidosa domadora de ganado.



Ella hizo un trato con Smith en 1834 para continuar convirtiendo parte del ganado salvaje de las islas en animales mansos, con la condición de quedarse para sí con uno de cada dos vacunos amansados y establecer un tambo propio. Este acuerdo con el teniente Smith resultó ser un movimiento astuto, devengando en un gran rebaño de ganado, cosa que preocupó a los comandos navales británicos. Un capitán llegó a enviar varias notas al Almirantazgo Británico, preocupado por el crecimiento económico de Antonina. La polémica llegó hasta el posterior gobernador de Malvinas Richard Moody quien dijo que ella debía mantener su ganado. En su informe a Londres, afirmó: “He considerado aconsejable emplearla como gaucho en el campo, ya que es una persona activa, que anda a caballo como un hombre y es habilidosa en el uso del lazo”.  



El trabajo de Antonina garantizaba también la provisión de leche y manteca constante para el asentamiento. Era considerada “gaucha” por las autoridades inglesas y fue fundamental para generar la recuperación de la actividad ganadera. Sin embargo, a los argentinos se los obligaba a firmar un reconocimiento de que el ganado era propiedad de la reina de Gran Bretaña. Además no podían ir a capturar animales al campo por cuenta propia y debían solicitar permiso a las autoridades para poder obtener cueros para lazos, cinchas o boleadoras.



Poco tiempo después, en enero de 1841 la “gaucha” Antonina Roxa, a quien se seguía considerando imprescindible según las autoridades británicas, prestaría su juramento a la Corona.



El cuadro estadístico de 1842 registra a Roxa como dueña de 6 perros, 17 vacas, 6 terneros, 7 bueyes, 6 gallinas y una cabaña de piedra de dos habitaciones. Además, el censo del año siguiente informa que Antonia es propietaria de un sexto de un acre, varias casas, diez vacas y cuarenta ovejas.





Cuando en 1843 el gobernador Richard Moody trasladó la sede de su gobierno a Port Stanley, se registró a Roxa como dueña de una parcela de tierra y propiedad por valor de 30 libras esterlinas, siendo una de las primeras residentes del nuevo poblado.



A finales de la década de 1840, Antonina se desempeñaba como enfermera y niñera empleada por el funcionario británico Sulivan, pero por su afición a la bebida, terminaría perdiendo el empleo.



La vida sin embargo le volvería a dar revancha. En 1847 habría de llegar la segunda “oleada” de gauchos argentinos y uruguayos desde Montevideo, esta vez como parte del emprendimiento comercial de explotación de ganado del empresario inglés Samuel Fisher Lafone con residencia en Montevideo.  



Este emprendimiento en gran escala estableció su cuartel general en Hope Place en el sitio llamado Saladero y hacia allí fue Antonina a encontrarse nuevamente con su idioma y su cultura. En 1851 consiguió empleo allí y con sus ahorros arrendó, en nombre propio, una propiedad de 2428 hectáreas por 5 libras esterlinas anuales en Punta del Medio, al norte de San Carlos. 



Fue en ese tiempo que conoció al gaucho uruguayo Pedro Varela, diez año más joven que ella con quien se casó. Hasta ese momento y a pesar de sus éxitos comerciales, Antonina no había tenido la misma suerte en sus relaciones sentimentales. A la frustrada relación con el soldado argentino amotinado contra Mestivier, le siguió un personaje poco conocido que fue asesinado en las islas. Luego habría de casarse con el norteamericano Kenny del cual se divorció legalmente (el primer caso en las islas) en 1838. No tuvo hijos con ninguno de ellos.  Falleció de cáncer en 1869 a los 65 años y está enterrada en el cementerio de la capital isleña.



Ahora reina el silencio, quebrado por el tranquear de los caballos que están entrando a la toldería. El gaucho Manuel Coronel, esposo de la tehuelche Rosa Caballero sale a recibirlos.



En ese instante Ramón Lista y su interlocutor Cipriano García se miran con igual curiosidad, hasta que el explorador y funcionario le pregunta al paisano. “Me quedé pensando si este Manuel Coronel es ese muchachito de Malvinas, porque dicen que nació en 1833. Tiene rasgos morenos muy acentuados, por eso mi duda”.



Cipriano García sonríe y agrega, “nunca habla de eso, solo sé de su habilidad con los caballos y su amor a la patria, pero estoy casi convencido que él nació allá”. Sin saber de este dialogo Manuel Coronel recibe a los recién llegados invitándolos al toldo que ocupan con su mujer y varios de sus hijos. Ramón Lista en poco tiempo más se convertiría en el futuro gobernador del Territorio Nacional de Santa Cruz.



Por su parte la historia le reservaría a Cipriano García, el gaucho venido de Carmen de Patagones, el privilegio de ser el nieto de la mujer obligada a casarse un 8 de marzo de 1781 en la Colonia de Floridablanca, en San Julián. Ese día Rafaela Bedoya, española de Amusco se casaría con su compatriota Manuel García, en una boda que hizo historia.



Datos extraídos del Libro “Gauchos de Malvinas” de Marcelo Beccaceci- Editorial SOUTH WORLD. 2017

 





 


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