Historias de Patagonia: Chancho Colorado, cazador de indios

“Ahi´, ahi´ vienen, ahi´ esta´n, ¡los indios....!, ¡¡¡los indios!!!... ¡¡¡los indios!!!...” gritaba desesperado antes de convulsionar el cazador de nativos Alexander MacLean, más conocido por su apodo de “Chancho Colorado”.

* Mario Novack 



Llegaba así al final de sus días en la capital magallánica, la ostentosa ciudad de los palacios opulentos que las familias inmigrantes construyeron en su  poderío forjado a sangre y fuego. 



Era un 5 de junio de 1917 el día en que fue hallado muerto el pelirrojo capataz de José Menéndez en las estancias de Tierra del Fuego. “Reventó, por fin reventó” era la frase que gritaba el pobrerío en la ciudad.



Las hazañas de este personaje eran conocidas en la región, pero fundamentalmente aprobadas en la elite de ganaderos, comerciantes y nuevos ricos que llegaron a América y fueron amasando sus fortunas lejos de las miserias en que vivieron en su lejana Europa.



“Hay que meter bala, es mejor y más barato” aconsejó MacLean al potentado José Menéndez, ese asturiano sin escrúpulos que construyó un imperio que aún perdura en nuestros días. 



Alexander Mc Lenann arribó a Tierra del Fuego como capataz de José Menéndez hacia 1886 (cuando éste estaba comenzando a consolidar sus estancias. De origen escocés llegó a la Patagonia por sus conocimientos en la ganadería lanar, y en ese contexto fue empleado como capataz.



La instalación y organización del espacio fueguino por parte de los estancieros implicó el alambrado de las tierras y por ende, se comenzó a limitar el espacio a las sociedades aborígenes que lo habitaban.





Los indígenas, fieles a sus costumbres ancestrales de cazadores pedestres, comenzaron a suplantar la caza del guanaco – que había empezado a disminuir pues quedaban enredados en los alambrados cuando intentaban saltarlos - por la cacería de los “guanacos blancos” es decir, las ovejas.



De inmediato, los estancieros proveyeron de armas a sus hombres para que protegieran su mayor interés económico: el ganado ovino.



Mc Lennan fue el encargado de liderar estas “cacerías humanas” y de este modo, pasó a ser conocido como “El Chancho Colorado”. Su mirada sobre las bandas cazadoras fueguinas era que “… para civilizar, primero hay que educarlos; mejor es meterle una bala, se termina enseguida la historia”.



En su juventud, Mac Lennan había trocado las pizarras húmedas de Escocia por los horizontes ilimitados del Imperio Británico. Se había convertido en un hombre robusto, con facciones chatas enrojecidas por el whisky y los trópicos, cabello rojo claro y ojos que despedían destellos azules y verdes. Fue sargento del ejército de Kitchener en Omdurman. Vio dos Nilos, una tumba abovedada, chilabas remendadas y a los "cabezas lanudas", hombres del desierto que untaban su pelo con grasa de cabra y que se tumbaban en el suelo bajo las cargas de caballería y despanzurraban a los caballos con cuchillos cortos de hoja curva. Quizás ya entonces se dio cuenta de que los salvajes nómadas son indomables.





Su pensamiento fue consecuente con su accionar, el cual lo podemos encontrar en dos relatos que lo tuvieron como protagonista fundamental:



Uno de ellos está relacionado con “La Masacre en la playa de Santo Domingo”, cuando MacLennan convenció a un grupo muy numeroso de Selknam a sellar – fiesta mediante- un acuerdo, por el cual los estancieros les dejarían de perseguir y les permitirían cazar guanacos en sus tierras. 



Avanzada esta reunión, donde corrió mucha bebida alcohólica y a la que asistieron las familias aborígenes a pleno – algunos relatos indican que contando mujeres y niños sumaban más de 300 shelknam- el Chancho Colorado ordenó a sus hombres (que estaban apostados en puntos altos del Cabo) que dispararan hasta no dejar ninguno vivo.



Y el otro acontecimiento, lo relata Garibaldi – descendiente directo de los Shelk ´nam - cuenta otra acción sanguinaria del Chancho Colorado: “En el Cabo Peñas hay un descanso de lobos, porque es muy desplayada . Hay peces y mariscos de muchas clases.



Entonces, el Chancho Colorado puso una vez unos centinelas armados y cuando vino la marea alta, en una parte del acantilado del cabo los iban apretando y el que quería pasar para el lado de la gente le metían bala, así que las mujeres y los chicos se aglomeraron dónde estaba el acantilado y ahí los ahogaron a todos”.



Otra modalidad de exterminio utilizada por los estancieros fue pagar “por las orejas de los indios” pero al darse cuenta que muchas veces encontraban indios desorejados, comenzaron a pagar “una libra esterlina” por los miembros genitales masculinos y por los pechos de las mujeres aborígenes.



Todas sus acciones sangrientas, no le eran ajenas a los estancieros; muy por el contrario, su reconocimiento ha quedado evidenciado por un reloj grabado que Menéndez le obsequió. 



Alexander Maclean aunque cueste creerlo fue designado, en el año 1906 como “juez de paz” en el paraje de San Sebastián, impulsado por su patrón José Menéndez que presionó a las autoridades fueguinas de tomar esa decisión.



“Chancho Colorado” estuvo muy cerca de la muerte cuando el arquero más destacado de los nativos onas llamado Täpelt, quien se especializaba en liquidar asesinos blancos con fría justicia selectiva lo eligió como su “blanco”.



Täpelt rastreó al Chancho Colorado y un día lo encontró cazando hombres junto con el jefe de la policía local. Una flecha atravesó el cuello del policía. La otra se incrustó en el hombro del escocés, pero éste se recuperó e hizo montar la punta de flecha en un alfiler de corbata, que guardó como souvenir por muchísimo tiempo.





Su adicción al alcohol siguió creciendo y la familia Menéndez lo echó de su estancia por estar borracho todo el tiempo.  Junto a su esposa Bertha transcurrió los últimos días de su vida en una mísera cabaña en las afueras de Punta Arenas.



Solía deambular por la pequeña ciudad entre ramalazos de locura producida por tanta orgi´a de sangre, y sucumbiendo a la influencia del alcohol – ¡quie´n sabe si tambie´n del remordimiento! – con el rostro torvamente descompuesto, los ojos salie´ndose de las o´rbitas y epile´pticamente retorcido, gritaba: ‘Ahi´, ahi´ vienen, ahi´ esta´n, ¡los indios....!, ¡¡¡los indios!!!... ¡¡¡los indios!!!... ‘y cai´a entre convulsiones y gritos inarticulados’ ”, dice José María Borrero cuando se refiere a la oscura historia del Chancho Colorado.



No hubo quien lamentara su muerte. Los pobres y excluidos por considerar que  representaba la muerte, esa que ordenaban los poderosos terratenientes y estos porque el “borracho” del Chancho Colorado” se había convertido en un molesto relator de las misiones que le encomendaron los dueños de la tierra en la Patagonia chilena y argentina. “Cuanto menos se sepa mejor para nosotros”, dicen que le escucharon decir al asturiano José Menéndez cuando lo anoticiaron de la muerte del “Chancho”. 



Y así consumido por el alcohol murió joven a los 45 años de edad en un “delirium tremens” que lo alcanzó tal vez como castigo a tanta muerte inocente de los originarios fueguinos. Hubo otros criminales, pero hoy el capitulo es para Alexander MacLean, tristemente conocido como el “Chancho Colorado”.







 


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