Historias de Patagonia: Los misterios de Malvinas

“Hemos detectado la presencia de la flota inglesa en inmediaciones de Caleta Olivia y deben dirigirse allí con un grupo de combate”, ordena enérgicamente el titular del Liceo Militar Comodoro Rivadavia, al coronel Miguel Angel Arévalo, jefe de la sección Helicopteristas de esa fuerza.

* Mario Novack



Este episodio constituye uno de los episodios más silenciados de la guerra de Malvinas, por las características del mismo que con posterioridad comenzarían a desarrollarse y que aún hoy sigue rodeado de secretos y misterios.





Se trata de la caída de un helicóptero cuya caída entre el 29 y el 30 de abril del 82 continúa siendo un misterio, dado que hubo una historia oficial, pero la información que se dio a conocer tiempo después pone un manto de duda sobre lo que realmente pasó.



En esos días, los conscriptos que aguardaban en la Compañía 185 del Liceo General Roca en la vecina localidad de Comodoro Rivadavia, en la provincia del Chubut, recibieron la orden de rastrear y detener las tropas enemigas que habían sido detectadas en Caleta Olivia.



Fue así que, ante la posible presencia de soldados británicos -según comentaron los propios conscriptos, se trataba de doce comandos que habían desembarcado al norte de Santa Cruz en distintas lanchas-, partieron desde la ciudad petrolera hacia Caleta Olivia en Helicóptero unos 24 soldados, y se apostaron en la bahía señalada, ubicada en la Estancia La Floradora. Noventa minutos después, arribaron al lugar dos camiones con 60 soldados más.



Tras recorrer el terreno, a los soldados les llegó el dato de que los comandos estaban 10 kilómetros al sur. En ese momento, decidieron retornar a Comodoro Rivadavia para organizar la misión y allí se decidió que se dividirían en dos helicópteros. Uno en que bordearía la costa (el 419), mientras que el otro recorrería siguiendo la ruta 3 (el 414).





Según cuentan quienes vivieron esa secuencia, en ningún momento pudieron establecer comunicación con el 419. El 414, en tanto, tuvo que desviar camino hacia el mar por la densa niebla que impedía ver con claridad. Tras llegar a destino este último y no tener novedades del otro helicóptero, decidieron volver al Liceo. Como el 419 tampoco estaba allí, decidieron dirigirse a la comisaría para declarar en emergencia la otra aeronave y, mientras estaban en la dependencia policial, un lugareño llegó con lo que el mecánico del Liceo identificó como el tanque de nafta del otro helicóptero.



Inmediatamente se trasladaron al lugar del hecho: el saldo fue de diez muertos. "Tuvimos que juntar los cuerpos de nuestros compañeros y los restos de la nave hasta que llegó Prefectura a hacerse cargo de la situación'', contó en una ocasión Marcos Medina, uno de los soldados que estuvo en el Liceo y que había estado en el 414. Su compañero Eduardo Zabala afirmó lo mismo años antes.



La versión oficial fue la del accidente y esa hipótesis se mantuvo durante mucho tiempo, más allá de que a los familiares de las víctimas nunca le cerró la teoría, y tampoco al mecánico del Liceo que, al ver cómo habían quedado desparramadas las partes del helicóptero, atribuyó la caída a un ataque.



Una similar hipótesis esbozó uno de los buzos que participó del rescate del helicóptero y de los cuerpos, que consideró que, a partir de los pedazos chicos que habían quedado, en comparación con otros accidentes, la caída de la nave la había ocasionado un tercero.



Al no haberse hecho el peritaje correspondiente, no hay ningún estudio -oficial o extraoficial- que pueda afirmar a ciencia cierta qué fue lo que pasó con el 419. Para sumar un dato curioso a esta situación, se dio a conocer que, en marzo de 1983, el Poder



Ejecutivo emitió el decreto 577, mediante el cual se otorgó a los tripulantes del helicóptero la medalla de "muerto en combate".

El 30 de abril de 1982 ha pasado desapercibido a lo largo de la historia. Quienes fueron parte del Liceo de Comodoro Rivadavia recuerdan a sus compañeros y lanzan una ofrenda floral al mar para homenajearlos, pero, camino a los 40 años del siniestro, nunca se confirmó qué pasó con el helicóptero. 



Se dice que los británicos atacarían Comodoro Rivadavia para rescatar a sus camaradas presos en el Liceo Militar, luego de la ocupación argentina del archipiélago austral, el 2 de abril de 1982.





Una foto lo eternizó, a su pesar con las manos en alto, vestido de combate, la cara tiznada, rendido ante las fuerzas argentinas que recuperaron las Malvinas el 2 de abril de 1982. Era uno de los militares británicos que protegían las islas.



Alto, corpulento, con negros bigotes, se había refugiado junto a una patrulla en las serranías cercanas a Puerto Argentino. El y sus compañeros, junto al guardafaro de la isla, fueron apresados el sábado 3 de abril. El 5 de abril, Stefan Charles York, de 27 años; James William Mc Kay, de 21; Gary Moor, de 19; Jeffrey William Warnes, de 36; Richard Overall, de 22; y Martin Thomas Smith y Stephan Dale fueron llevados a Comodoro Rivadavia y alojados en el Liceo Militar General Roca.



Al pie del Hércules C-130 los esperaba el entonces jefe de la compañía de Reserva del Liceo, capitán Luis Bruno. En el Liceo, los recibió su director y jefe de la Agrupación Comodoro Rivadavia, creada el 23 de marzo, teniente coronel Miguel Ángel Arévalo, que moriría veinticinco días después en un helicóptero del Ejército que cayó al mar, cerca de Caleta Olivia.



Se decidió alojarlos en el Liceo Militar, en el interior de la Sala de Armas de una de las compañías de cadetes, el único sitio con rejas al que se podía apelar. Los datos y la historia de los prisioneros de guerra británicos fueron revelados a Clarín por Edgardo Blaguerman, uno de los ex soldados del Liceo Militar y seis de sus camaradas de entonces. Blaguerman fue custodio de los prisioneros de guerra británicos e intérprete, junto a otro soldado, Claudio Tantignone.—Lo primero que les preguntaron fue qué querían comer. "¡Carne!" gritaron. Y se les dio carne. 



Arévalo ya les había dicho que estaban como prisioneros de guerra y que iban a ser tratados según la Convención de Ginebra. Los tipos no decían nada. Tenían una actitud muy profesional. Con el correr de los días, Blaguerman entró en confianza con el marine de la foto. Hoy cree que puede ser McKay o, por la edad, Warned. Me preguntaba cuántos años tenía. Y me decía que él tenía treinta y ocho años, que tenía dos hijos, que había peleado en Indonesia, que yo podía ser su hijo y que cuando ellos invadieran el continente me iban a tratar bien porque yo los trataba bien. 



Después pidieron hacer gimnasia y se lo permitieron. Fuera de la sala de armas, donde se habían puesto cuchetas, había guardias armados; pero nosotros, que estábamos en contacto con ellos dentro de la sala de armas, estábamos desarmados. Alguien no había previsto lo imprevisible. 





Una noche, durante la guardia desarmada de Blaguerman, se cortó la luz en el Liceo Militar. Yo me llamo Edgardo, pero ellos pronunciaban mi nombre algo así como "Edouardo". De pronto, en medio de la oscuridad, empezaron a golpear las camas metálicas con objetos metálicos y a gritar: "¡Edouaaaardooo... Edouaaaardooo...!" Fue un poquito inquietante.



Por suerte la luz volvió enseguida. Durante los días de detención de los británicos en el Liceo General Roca, crecieron las versiones sobre una misión de rescate de los prisioneros por fuerzas especiales británicas. El liceo había sido evacuado de sus cadetes, chicos de entre doce y diecisiete años, y lo mismo había sucedido con los familiares de los militares argentinos.—Días después de la llegada de los prisioneros hubo un tiroteo bastante intenso en en los alrededores del Liceo. 



Nunca supimos quiénes nos dispararon. Por fin, las autoridades militares del continente decidieron enviar a los prisioneros a Montevideo para que fuesen devueltos a Londres. Blaguerman evoca:—Nos regalaron sus pañuelos, a mí el grandote me dio su paquete de primeros auxilios, de esos que llevan en el casco, y que todavía conservo; hasta nos regalaron algunas caricaturas que nos habían hecho. 



Al final se había creado una buena relación.Blaguerman los guió hacia el micro que los llevaría al aeropuerto. Una foto, publicada en los medios de la época y que se reproduce en estas páginas, lo muestra señalando el camino al marine de esta historia. En el bolsillo derecho de la chaqueta, el soldado argentino lleva los pasaportes británicos. Desde Montevideo, los británicos fueron enviados a la isla Ascención. 



Lo que se sabe es que el marine de los brazos en alto se reintegró a la task force y regresó a luchar en Malvinas. Una foto lo atestigua: se lo ve al pie del mástil el día en que los británicos vuelven a izar su bandera en Puerto Argentino. Y lo asegura una historia que Blaguerman y sus compañeros, que quieren reencontrarse con aquellos soldados, conocen muy bien.



Un teniente primero, ahora retirado, de apellido Echeverría, contó que en una lucha cuerpo a cuerpo en Malvinas estuvo a punto de ser muerto. Su enemigo no lo mató. Y le dijo: "No lo hago porque Blaguerman y Bruno me trataron bien en Comodoro Rivadavia".



 


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