Historias de Patagonia: El caza recompensas

“Pero que carajo le pasó a este tipo, se volvió loco ?”. La reacción iracunda del Jefe de la Policía del Territorio Nacional de Santa Cruz, comisario inspector Eduardo Victoriano Taret, hizo temblar al sargento Benito Sandoval que nunca había visto a su jefe perdiendo la compostura.

* Mario Novack 



Quien provocó esta airada reacción de Taret era ni más ni menos que el ex comisario Raúl Toloza, que prestara servicios en la fuerza policial e iniciara una demanda que irritó a las autoridades políticas de entonces.  





Era mediados de octubre de 1944, en Río Gallegos y en el Territorio Nacional de Santa Cruz gobernaba con férrea mano  el  capitán de corbeta Juan Manuel  Gregores. Precisamente fue el propio mandatario que llamó a Taret a brindar explicaciones por el juicio de Toloza.





“Usted puede creer…?..le inicia juicio al Banco Anglo Sudamericano por el asalto ocurrido el 21 de abril de 1935, porque sostiene que él detuvo al autor del hecho”, se descarga el comisario Taret. 





Sandoval interrumpe preguntando “pero puede corresponderle….? porque según tengo entendido actuaron varios efectivos además de Toloza e inclusive el Banco había ofrecido una recompensa, no es así..?”





“Sí Sandoval. La recompensa ofrecida por el Banco era de unos 25 mil pesos, un buen paquete de plata. Era para esclarecer el caso que buen tiempo y dolores de cabeza nos costara. Si quiere le cuento como lo hicimos “cantar” al autor del robo”. El sargento asiente con la cabeza, sabiendo que es bueno conocer el hecho y además porque viniendo del jefe, no hay mucho que discutir.







“Resulta que en Puerto Santa Cruz, estaba instalada una sucursal del Banco Anglo, con mucho movimiento de dinero por la zafra lanera y actividad frigorífica. Era algo habitual que se reunieran grandes sumas en esas épocas y seguramente se filtró algún dato y allí empezó a tejerse la trama de este asalto”, añade Taret.





“Prepárese unos mates, así le voy contando, porque en un rato van a confirmar su presencia la mayoría de los comisarios de todo el Territorio. Además, usted es nuevo en la fuerza, le vendrá bien saberlo”, añade Taret.





El jefe de policía se queda pensando en ese domingo de fines de abril, donde todo era rutina en la Capital Histórica de Santa Cruz. En Buenos Aires lo más trascendente venía de la crónica deportiva con la disputa de la quinta fecha del Campeonato Metropolitano, encabezado por Estudiantes e Independiente, cerrando la tabla el club Tigre.  Toda la atención estuvo puesta en el súper clásico, en el que Boca Juniors con un gol de Cherro superó a River por 1 a 0.





El sargento Sandoval vuelve con el mate listo, ansioso de escuchar el relato de su jefe, que ya se apresta a continuar. “El asalto fue a la noche, tipo 23 horas y terminó con el asesinato del contador y un auxiliar del Banco, Thomas Henderson y Donald Sutherland, que vivían juntos en una casa donde tenían las llaves de la puerta de entrada y las del tesoro. Luego golpearon salvajemente al Gerente Alberto Mac Quibran y a su esposa Teresa Quijano, quienes vivían en el mismo edificio donde funcionaba la entidad crediticia.







El monto de lo robado ascendía a $ 225.000 –equivalente más o menos a unos 65 mil dólares de la conversión al día de hoy.( Por entonces un trabajador bancario ganaba en promedio unos 200 pesos mensuales).





“Recuerdo agrega Taret que “con grandes caracteres, el diario “La Unión” mencionaba en su edición vespertina del lunes 22 de abril: “El vandálico asalto de anoche, en Santa Cruz” y agregaba: “El contador y el auxiliar del Banco murieron instantáneamente por los disparos hechos por los delincuentes”.





Por eso me fui a Puerto Santa Cruz en un avión de la  “Aeroposta Argentina” y después de investigar, tomar declaraciones con largos y agotadores interrogatorios no surgía nada. Nada Sandoval…me entiende..?





“Entonces, sigue contando el jefe de Policía, detuvimos a cuanto desconocido que se moviera en auto o a caballo y seguimos rastrillando en todo el Territorio, pero no había manera de encontrarlos.





“Después de estar tres meses allí, el 6 de octubre, a punto de volver desde San Julián, se me acercó el señor Julio Aloyz, que ese día había retornado de Buenos Aires y me pasó un dato fundamental. Me comentó que había visto a un tal Lajus, de Puerto Santa Cruz y había escuchado que éste hombre estaba gastando muchísimo dinero, al punto de querer comprar un automóvil Plymouth.”







Sandoval sigue el relato registrando cada dato y ahora ansioso consulta “ahí agarró la punta del ovillo, no..? “Efectivamente, coincide Taret, libramos una orden a Buenos Aires, para tener una comprobación de los gastos y así era nomás, gasto y mas gasto. Así que rápidamente lo detuvimos y lo trasladamos acá para interrogarlo”





“El hombre era duro, negaba todo, hasta que tras largos interrogatorios, el detenido pidió un descanso. Yo encontré en ese momento la oportunidad de aprovechar el cansancio y el estado de nerviosismo del interrogado. Le aseguré la próxima visita a la casa de su madre- en Pigüé-  para registrar la vivienda y que también era inminente la llegada de sus familiares en un avión.





Cuando serían más o menos las seis de la tarde, le dije al Comisario Toloza que iba hasta la oficina de telégrafos a atender un llamado urgente, en ese momento escuché el sonido de un avión sobrevolando la ciudad. Esperé que el avión aterrizara y al rato entré a la oficina donde estaba declarando Lajús.





“Saqué del bolsillo una pistola calibre 45, gemela de la que utilizaron en el robo y la arrojé sobre el escritorio diciendo: “Acá tenés la pistola que usaste para matar a los ingleses, ya no necesito tu declaración, todo está comprobado. Todo”.






El acusado miró la pistola –idéntica a la que había utilizado- atormentado por los nervios y sin mirar la numeración, se levantó, se mordió la muñeca y dijo: “Está bien, soy el autor”…y lloró desconsoladamente.






A la confesión se agregó el nombre de un cómplice, se trataba del sobrino del detenido. Sin embargo la  participación del familiar fue secundaria ya que -según la declaración hecha por el principal implicado – él no había  asesinado a los empleados de la entidad ni había ideado el asalto. Emilio Gustavo Lajús había nacido en 1907 y contaba con 28 años de edad.





El sonido de la puerta golpeada por el jefe de Comunicaciones, anunciando la llegada de varios radiogramas para el encuentro de la plana mayor policial, interrumpe la charla. “La seguimos en otro momento, pero quiero que usted esté al tanto de todas las circunstancias para la reunión”, ordena el comisario Taret.





El sargento Sandoval es correntino y llegó a esta zona buscando un futuro. Ha quedado impactado por el relato en primera persona del robo al Banco Anglo Sudamericano.



La institución le ha proveído un automóvil en el que se desplaza cumpliendo las tareas de chofer de la fuerza. Casi llevado por el instinto conduce el rodado hacia la periferia de la ciudad, rumbo a Guer Aike. Allí en una modesta vivienda vive el ex comisario Raúl Toloza, el demandante por el cobro de la recompensa.



Llega a la casa y estaciona frente a la misma analizando el relato del Jefe de Policía, convertido en leyenda dentro de los cuadros policiales. Inmerso en sus pensamientos reacciona recién cuando escucha que le están golpeando el vidrio de la puerta delantera.



“Necesita algo amigo…? Lo mandaron a vigilar..?., escucha que le preguntan. Cuando mira a quien lo interroga reconoce al ex comisario Toloza, a quien ha visto en fotos en la Jefatura de Policía. “No señor, nada, responde entrecortado el sargento.



“Entonces circule”, le ordena en tono airado el ex comisario.

Benito Sandoval se marcha y no puede conciliar el sueño esa noche por su curiosa imprudencia y con el temor que su desliz llegue a oídos del jefe Taret. Al día siguiente cuando llega al edificio de la Jefatura, el titular policial ya se encuentra en la oficina tomando un café y analizando carpetas.





Cuando lo vé llegar le ordena que se quede en la oficina para conversar. El sargento tiembla temiendo una sanción. Sin embargo la frase del jefe lo vuelve a la tranquilidad. “Tenemos que seguir con el tema del asalto al Banco, porque no terminó allí la cosa. Le voy a contar episodios sorprendentes”, arrancando el relato pendiente.





“Lajus quedó preso pero, advierte el comisario Taret, la historia seguiría. Porque el 13 de agosto de 1936, estando detenido en la U15 en un momento de recreo  y con la complicidad de otro recluso, se apoderaron del arma de un guardiacarcel , intentando fugar.





Tras saltar el muro perimetral  de 2 metros de altos y siete hilos de alambrado emprendieron la fuga por el antiguo cementerio ubicado en la parte trasera de la Unidad.





Habían sorteado con éxito los primeros disparos que realiza el guardia ubicado en la garita del penal. Sin darse vuelta Emilio le dispara a un segundo guardia acertándole en la cara.





La fuga es desesperada entre las matas que pueblan la zona. El guardia Carlos Boisselier que había disparado al evadido recibe un balazo en el corazón disparado con el arma que portaba Lajus.





Sin embargo, el final se acerca, ya que un balazo de los guardias penitenciarios acierta en una de las piernas de Emilio, quebrándole el fémur.





Herido, imposibilitado de seguir y con una sola bala en su arma Lajús toma su última decisión: “apoyó la culata en el suelo y como pudo, sabiendo que le quedaba solo un proyectil, colocó su mentón en el caño. Con el pulgar buscó el gatillo, lo apretó…murió en el acto. Viendo esto Gabriel Tulián, el otro prófugo,  levantó sus manos y se rindió.” 





El silencio invade la oficina del jefe de Policía, al tiempo que se oyen las voces de los restantes comisarios que se han congregado en el lugar a pedido de Taret, con motivo de analizar la demanda del ex comisario Raúl Toloza, quien pretende cobrar la recompensa de 25 mil pesos, por haber arrestado a Emilio Gustavo Lajus y Alberto José Fernández.





“La verdad, nunca esperé esta acción de parte de Toloza, dice el jefe de Policía, a los restantes oficiales reunidos. Muchos de ellos han sido compañeros de ruta del demandante y oscilan entre la curiosidad y el asombro.







El tiempo va transcurriendo, hasta que finalmente se conoce la sentencia definitiva acerca del reclamo del ex comisario Toloza. En ese 11 de marzo de 1946, al momento pronunciarse la justicia,  la policía del Territorio de Santa Cruz se encuentra bajo las ordenes de Juan José Gregoratti, un civil que el peronismo en el gobierno colocó al mando de los efectivos policiales.





El sargento Sandoval sigue en la fuerza, ya no se desempeña como secretario. Los nuevos jefes designaron a Isidro Ramos, con quien existe buena relación. Precisamente éste le confió, casi en secreto,  el resultado del pronunciamiento judicial acerca del reclamo de recompensa. 





El ex comisario Toloza no alcanzó a conocer el fallo, porque falleció antes, por lo cual la sentencia le fue comunicada a los sucesores. La justicia en forma definitiva, después de varias instancias, desestimó el juicio de los 25.000 pesos , porque el demandante era policía y en tales condiciones Toloza no pudo dejar de hacer lo que le correspondía " ex officio suo " y menos aún , pretender una recompensa por lo que era su obligación.





“Es así que como representante de la ley y el orden, los efectivos policiales se encuentran obligados a detener a todo sujeto o individuo contra quien existieran indicios vehementes o semiplena prueba de culpabilidad de un delito, consigna finalmente el pronunciamiento judicial.





Curiosidades de uno de los hechos más impactantes registrados en el siglo pasado en el entonces Territorio Nacional de Santa Cruz.

  

 


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