Historias de Patagonia: Morir lejos de casa

“Telegrama para San Julián. Familia Vega raya, raya punto, Corcino Vega muerto en combate en las últimas batallas de Teruel Sirvió con honra a la república española”. Doloroso destino que reúne nuevamente al “gallego” que dejó los aires de San Julián y marchó a pelear al frente de la Guerra Civil española.

*Mario Novack 





Corcino Vega, el repartidor de La Anónima había caído en batalla y el destino cruel quiso que fuese su mejor amigo quien debiera escribir el telegrama para comunicarle la noticia a la familia Vega.



Vega, el español, había forjado una amistad de años con Ramón Tomás Vilaboa ahora como empleado de la oficina de Correos. El profesor Juan Vilaboa recuerda que “ por las tardes caminando por la costa de la bahía el plan de viajar a España se fue transformando en un secreto compartido entre amigos. 



Corcino viajaría a Buenos Aires, con el pretexto de la licencia o vacaciones y de allí inmediatamente para España a defender la República. El amigo que compartía ese secreto se quedo haciendo los primeros turnos de telégrafo.



Los días de las vacaciones pasaron y de Corcino no se supo mucho. Luego se supone que hubo una carta que no era precisa en datos pero cálida a los familiares, hasta esa noche en que comenzó a sonar el telégrafo trayendo la infausta noticia.



El amigo que compartió el secreto del viaje a España, ahora recibía el anuncio de la muerte de su compañero de sueños. Siguió recibiendo los pocos telegramas que llegaban al pueblo y mascando que hacer con ese que llegó desde la España dividida. 

No quedaba otra que ir a la casa de la familia Vega y llevar el mensaje…. Corcino no volvió a San Julián, su familia siguió siendo republicana, siguió en el trabajo de imprenta.



El fascismo triunfó en España. Por muchos años, Corcino Vega fue una de las víctimas ignoradas que dejaron sus huesos por defender la república, tal como García Lorca y los poetas de su generación víctimas por pensar en una sociedad más justa. 



El “galleguito” Vega fue una de las tantas víctimas de la Guerra Civil española entre otros. También un joven estudiante cuya familia vivía en Río Gallegos dejó su vida en el frente asturiano. Se trataba de José Antonio Sánchez Iglesias a quien la guerra sorprendió durante su formación en la carrera de medicina.



La noticia fue difundida en los diarios de Río Gallegos en la edición del día 10 de enero de 1937, tanto en “La Mañana”, como en “La Unión”. José Antonio había cursado sus estudios primarios en la Escuela Nº 1 y su formación secundaria se había dado en el malogrado Instituto Secundario de Río Gallegos. Era hijo de Joaquín Sánchez.



No se sabe si por convicciones o conminado por el “franquismo” José Antonio cumplió esas funciones “humanitarias” asistiendo en los hospitales de campaña a los heridos de la contienda. Un republicano, Corcino Vega, y un “franquista”José Antonio Sánchez Iglesias fueron parte de esta tragedia.



La historia de hoy tiene como protagonistas a tres jóvenes de Puerto San Julián que cumplieron similar mandato: ofrecer su voluntad y sus vidas para la nación de origen de sus antepasados.





Los voluntarios de San Julián

Esta historia enlaza al amor y la tragedia de tres jóvenes de Puerto San Julián que habían decidido marchar a combatir por la patria de sus antepasados.  En la medianoche del  5 de julio de 1942 el buque carguero Avila Star al servicio de la corona británica fue torpedeado por un submarino alemán U-201 al noreste de las Islas Azores.



En él viajaban Thelma y Ronald Frazer y William Robert Patterson, originarios de la zona de San Julián. Los jóvenes eran familiares entre sí y tenían tradición rural. Thelma y Ronald eran hijos de John Frazer, maestro en Inverness, Escocia que en 1879 decidió viajar a las Islas Malvinas para establecerse y fundar la primera escuela rural en Puerto Darwin.



Siguiendo el derrotero de muchos pobladores de las Islas, tentados por el gobierno Argentino para poblar los campos santacruceños decidió afincarse en la zona de Puerto San Julián, en el año 1900, donde se hicieron cargo de la estancia “La Colmena”.



William Robert Duncan Patterson, en tanto, era hijo de James Patterson que era propietario de la estancia “Mata Grande”. Ambas familias se habían iniciado en la tradición ganadera en el archipiélago malvinense.



Al parecer, los hermanos Frazer fueron alentados por su padre a participar como voluntarios en la contienda bélica, mientras que “Bob” Patterson acompañaba a su amada Thelma Nora Frazer en el carguero “Avila Star”.



Luego del ataque los ocupantes del carguero “Avila Star” abandonaron la embarcación en los botes salvavidas, una difícil tarea teniendo en cuenta la hora, escasa visibilidad y las condiciones meteorológicas.



Hay quienes aseguraban haber visto a Thelma Nora Frazer, su hermano Ronald y “Bob” Patterson abordar las embarcaciones salvavidas. Sin embargo en el recuento realizado con las primeras luces del día el bote que ocupaban no apareció. 



El submarino alemán correría igual suerte siendo hundido en el mar del Atlantico Norte un 17 de febrero de 1943 por el HMS Viscount  mediante el lanzamiento de cargas de profundidad, pereciendo sus 49 tripulantes, victimas también de la misma guerra.



Sin embargo, quien estuvo a cargo del hundimiento del Avila Star que se cobrara la vida de los voluntarios sanjulianenses, el capitán de corbeta alemán Adalbert Schnee sobrevivió al final de la contienda, ya que en setiembre de ese año le asignaron un nuevo submarino – el U2551 estando al mando del mismo hasta el mes de mayo de 1945.





El ucraniano de El Calafate

“La patria es única”, dijo Taras Kuzmin, el ucraniano que residía en El Calafate, Santa Cruz y que decidiera volver a su tierra para luchar junto a su hermano ante la invasión rusa. 



Taras cayó en combate y la noticia de su muerte causó una gran conmoción en la villa turística. El había llegado a la Argentina en esa oleada de inmigración de muchos ucranianos que abandonar su país en el medio de una enorme crisis que se abatía sobre ese país.



La oleada migratoria había comenzado en el mandato del ex presidente Carlos Saúl Menem y continuó al cabo de por lo menos un lustro. Así fue posible encontrar en distintas ciudades argentinas representantes de esa corriente inmigrante.



Taras llegó a la Argentina junto a su familia hace 21 años y se radicó en El Calafate hace muchos años, donde en el último tiempo trabajaba como remisero. Junto a su hermano Nazar decidieron marchar al frente de combate, viajando desde nuestro país hacia la región en conflicto.



Los que volvieron

Uno de los casos más emblemáticos de ciudadanos argentinos que marcharon a combatir por su tierra o la de sus padres se cuenta la de Eduardo Morley, nacido en Río Gallegos el 22 de febrero de 1921. Morley se alistó en la Real Fuerza Aérea Británica y cumplió unas 35 misiones aéreas, todo un record para este tipo de operaciones. 



La sed de aventura lo llevó, una vez concluída la Segunda Guerra, a participar en los conflictos de la India y Ceylan, hasta que decidió su regreso a la Argentina. Rechazó la posibilidad de sumarse a la empresa Aerolíneas Argentinas, como la mayoría de sus camaradas que habían luchado en el frente de combate. Alberto Eduardo Morley falleció a los 88 años, un 22 de Setiembre del año 2009, en el Sanatorio San José de la Capital Federal.  En la actualidad una calle del Barrio Procrear en Río Gallegos lleva su nombre.



Ronald Scott, nació el 20 de octubre de 1917 en Villa Devoto y durante 1942 decidió enrolarse para combatir como voluntario en el bando aliado, durante la Segunda Guerra Mundial. 



Tras superar los exámenes de rigor, Ronald partió en buque hacia Europa a principios de 1943 como integrante de un contingente de 400 voluntarios sudamericanos y, tras completar el curso de aviador naval en Canadá, fue nombrado oficial con el grado de Teniente de Corbeta.



Participó en operaciones cuyo objetivo era derribar bombas voladoras alemanas Fi-103. Además, se desempeñó como director de vectoreo en el observatorio de Greenwich, desde donde se enviaban aeronaves para derribar diferentes armas del régimen nazi.



Scott cumplió funciones hasta el fin de la guerra, en 1945, y al año siguiente regresó a nuestro país, donde conoció a su esposa y formó una familia. De vuelta en Buenos Aires fue gerente en una compañía textil, aunque luego se convirtió en piloto de Aeroposta Argentina y, más tarde, de Aerolíneas Argentinas. Hace pocos días, el 24 de octubre fue reconocido y destacado por la Armada Argentina que lo agasajó en su cumpleaños número 105.





Un caso anecdótico y gracioso lo constituye el ruso Philemón Ostapchuk. Cuando se inicia la Segunda Guerra decide marchar a combatir por su patria, para una vez finalizado el conflicto retornar a Río Gallegos.



Vuelve con una pierna casi descarnada por efecto de las esquirlas de una bomba. Eva, hija de su viejo amigo Francisco Saules, con quien ingresara a la Argentina describe un simulacro de combate con ribetes cinematográficos. 



El escenario es la huerta de la casa familiar de los Saules en la calle Jofré de Loayza. Allí cuerpo a tierra el ruso Philemón armado de una guadaña grita que están exterminando a las tropas nazis, mientras caen los repollos rebanados por el filo del metal.



Historias que tocan de cerca a los habitantes de este suelo, cuando decidieron marchar a combatir por su patria natal o de la de sus ancestros. Algunos volvieron, otros en cambio murieron lejos de casa. 

                         

 

 


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