Historias de Patagonia: La muerte del cabo Grippo

El golpe corta el aire. Llega silbando de izquierda a derecha y da en el blanco explotando en los labios de Irma. Un sonoro y violento sopapo.  “A ver si lo entendés grandísima puta, acá se hace lo que yo diga, como lo diga y cuando lo diga”. La escena transcurre en el hotel “La Cantina Italiana”, de Comodoro Rivadavia.

*Mario Novack 

La mujer busca refugio en el baño de la habitación, tratando que su boca no se inflame. No quiere que nadie la vea golpeada y humillada. Mientras busca el alivio del agua, toma una decisión. Con la excusa de comprar un analgésico en la farmacia cercana apela a la última cuota de humanidad de aquel hombre.





“Sí….andá…andá” responde sin importarle Raúl Jorge Olagaray su concubino, fiolo y dueño. Todo en uno. Todo en esa amplia y desagradable definición. Es un “pesado” del hampa en San Luis y de la cárcel de allí se ha fugado tiempo atrás. Llegó a Comodoro tratando de encontrar buenas “oportunidades” para sus fechorías al amparo de los beneficios y ganancias que daba el petróleo. No para trabajar, sino para hacerse de lo ajeno.



El “rulo”, tal como llamaban a Olagaray fue encarcelado por homicidio y a eso Irma lo tiene muy presente. Presente, porque sabe que ocurrirá si él elude a la policía. Sabe de su temperamento violento y vengativo. Caminando rápido y nerviosa ve a un policía que con absoluta parsimonia guía el tránsito vehicular en aquella mañana del jueves 30 de noviembre de 1961.



“Los fugados de San Luis que andan buscando los tienen aquí cerquita”, dice Irma mientras el agente la mira con gesto sorprendido y prolongando el ruido del silbato que usa ordenar el tránsito en esa “pachorrienta” mañana de Comodoro Rivadavia. “Venga conmigo, que la pondremos a resguardo mientras detenemos a estos malandras” atinó a decir el uniformado sin salir de su asombro. Irma miró por última vez la fachada del hotel donde se alojaba y rezó para que lo detuvieran al “rulo”.



Mientras tanto en Cañadón Seco el agente Enrique Grippo bromea con el único preso que tiene la comisaría. No es exceso de confianza, sino la camaradería entre dos pares. El solitario preso es un agente sancionado disciplinariamente.



“Que vas a hacer cuando termine tu arresto” pregunta curioso Grippo al agente Toribio Pérez que purga la sanción con algún tiempo de calabozo. “La verdad que no sé. El jefe este que tenemos en la Policía de Santa Cruz es un milico de la Armada que no tiene reparos en sancionar a cualquiera por cualquier motivo, por mínimo que sea”. 



Quien conduce la fuerza policial es el capitán de corbeta Eduardo René Fracassi, designado por el entonces gobernador Luis Victorino Carrizo, que reemplazara al destituido Mario Cástulo Paradelo.



“La situación está complicada, pero tampoco hay mucho trabajo en el campo, pero me parece que es el petróleo donde está la salida laboral, la posibilidad de un futuro. Me parece que voy a esperar hasta tener una chance de trabajo en los yacimientos”, responde Pérez.



“Si es que lo dejan a Frondizi, podremos seguir con esos planes, pero parece que lo tienen contra las cuerdas al presidente” acota Grippo. Yo vengo de acá cerca, de Perito Moreno y andaba buscando un trabajo siguiendo mi vocación de servicio. Por eso estoy en la policía”.



“Acá es tranquilo a pesar de la cantidad de vehículos y equipos de las empresas que vienen a perforar. Si hasta podemos escuchar los partidos en la radio de Comodoro. Hasta en eso perdiste Pérez, vos sos “gallina” y yo de la “academia”, mi viejo y querido Racing ya es campeón y por eso vamos a jugar la Copa Libertadores de América.



De pronto la charla se interrumpe. Un hombre agitado ingresa al destacamento policial. Agitado y asustado. Los agentes Grippo y Pérez, se miran sorprendidos. El hombre no para de hablar en su desesperación.



Dos horas antes, en Comodoro Rivadavia el taxista Ramón Lorenzo se esfuerza por meterle horas a su recorrido. Tiene que aprovechar que comienzan los cobros de petroleros y empleados públicos en una semana donde hay plata en la calle.



De pronto, mientras se encuentra esperando el paso en un cruce de calles dos hombres se introducen a su rodado. “Quedate piola o te quemamos” le dicen mientras siente el frío del arma en la nuca.



“Dale, metele pata que tenemos que salir de acá, toda la policía nos va a buscar, así que rajemos para Santa Cruz”, dice gritando Raúl Olagaray, quién junto a su cómplice Juan Emilio Gatica han asaltado hace instantes un comercio en esa ciudad.



“Puta madre, la mina nos denunció, nos vendió” grita Gatica mientras ve el despliegue policial que ya ha iniciado su cacería. “No seas cagón Gatica, sabemos que era una de las posibilidades y estamos más que jugados desde hace tiempo”.



Ahora hay que evadir a los milicos. No te hagas el boludo y llevanos por los caminos alternativos que seguramente conoces. En Santa Cruz tenemos amigos que nos van a dar una mano”.



El taxista obedece y después de una tortuosa marcha  por huellas que sirven de camino de los camiones petroleros llegan finalmente a destino, en Cañadón Seco. Allí Olagaray ordena conducir hasta la casa de un conocido suyo, donde baja solo..



El taxista Lorenzo observa que Gatica quien quedó custodiándolo no está armado y aprovecha un descuido para darse a la fuga. Corre con desesperación hacia el puesto policial. 



 “Acá están los evadidos” grita angustiado Lorenzo ante un Grippo sorprendido. Se le entrecortan las palabras por la agitación, el corazón que late a mil pulsaciones y el temor por los delincuentes que lo tomaron como rehén. “Tenga cuidado agente está armado y es peligroso ese hombre. Se quedaron con el auto mío”, añade. 



A poca distancia el “rulo” Olagaray, advertido de la huida del taxista, lanza un alarido con toda la ira contenida. “Pedazo de inútil, lo dejaste ir. Ahora cagamos. Nos van a buscar debajo de cada piedra”. Su cómplice Gatica agacha la cabeza, preguntándose porque aguanta ese basureo permanente de parte de su compañero. Y se responde a si mismo cuando piensa en voz baja. “Es por cobarde”, dice sin demorar.



Gatica pone primera y cuando se dispone a abandonar el poblado, Olagaray advierte la presencia del agente Grippo. Le ordena detener el rodado, esperando saber que hará el policía ya advertido de las características del taxi robado.



El agente identifica el rodado y se dirige hacia allí, tratando de detener a los delincuentes. El instinto asesino del “rulo” Olagaray aflora despiadado. Espera tenerlo cerca, asegurando la letalidad del disparo. Como un cazador. Un chacal que busca la muerte, sin importar como ni dónde.



Grippo avanza caminando. Está a dos metros del rodado. El amplio parabrisas le devuelve la figura de los evadidos. Una fracción de segundos dura esa mirada que paraliza al policía. El estampido de la pistola de Olagaray rompe la calma en el pequeño poblado.



El agente Grippo, de tan sólo 21 años se desploma para siempre en la calle principal de aquel Cañadón Seco que comenzaba a tener un crecimiento exponencial.



El matador desciende del auto, toma la pistola Colt 45 del agente y le ordena a su cómplice Gatica:  “Vamos carajo. A seguir hasta Pico Truncado, que ahí también tenemos amigos y conocidos”. 



La cacería que se ha montado en toda la provincia es inusual por sus características. Confluyen hacia Pico Truncado efectivos de las comisarías y destacamentos de Perito Moreno, Las Heras, Trucando y Caleta Olivia. Un joven oficial llamado Ramón Santos arenga a los agentes golpeando el torpedo del móvil policial. 





“Vamos carajo…Pepe metele pata que le tenemos que mostrar a estos hijos de puta que no es gratuito andar matando policías. Pobre pibe…pobre miliquito…21 años tenía…. No merecía morir así”, 



José Aguilar suboficial de los de antes, acata la orden mientras hunde su pie derecho en el acelerador y las viviendas del pequeño Pico Truncado comienzan a aparecer. 



“Sospechamos que están acá dice el jefe policial truncadense. Los móviles policiales rodean la pequeña vivienda. Una pieza como único ambiente que pertenecía a Juan Mata.



La historia dirá que ese día también mataron al oficial Ramón Santos cuando abandonaba la vivienda requisada que servía de guarida para Olagaray y Gatica. Al igual que con Enrique Grippo, un solo tiro se llevó la vida del joven oficial. El disparo ingresó por la axila izquierda y le provocó la muerte instantánea. 



Sabiéndose jugado y con dos muertos en su haber el “rulo” Olagaray salió a tirotearse. Más de  70 disparos de los policías apostados frente a la vivienda terminaron con su vida. Juan Emilio  Gatica, el especulador, el cobarde, fue el único e ileso sobreviviente escondido debajo de la cama del aguantadero. 





Esto es lo que sucedió tiempo después



Los hechos le otorgaron protagonismo a los participantes de esta historia sean lugares o personas, con las cosas sucedidas años más tarde. Cercano o lejanos en el tiempo, según se vea, pero nos sirve para seguir conociendo que destino tuvieron.



Corría el año 1980, cuando en Puerto Santa Cruz  una prostituta apodada “La Nena” al mejor estilo de Margarita Di Tulio ( Pepita la Pistolera ) primereó a Gatica, disparándole con un arma de fuego.  El impacto mortal se llevó la vida de este delincuente, que ni siquiera tuvo la posibilidad de usar su arma. 



Ramón Santos fue ascendido a subcomisario “post mortem” e inhumado en Puerto Deseado, mientras que el agente Enrique Grippo fue promovido luego de muerto al grado de cabo de la Policía de la Provincia de Santa Cruz. Como reconocimiento el puesto interprovincial que divide la frontera entre Santa Cruz y Chubut lleva el nombre de Ramón Santos, mientras que la comisaría de Los Antiguos recuerda a Enrique Grippo. 



El capitán Eduardo Fracassi  fue condenado a prisión perpetua , el 25 de noviembre de 2015  junto a otros 21 represores  procesados también bajo el mismo cargo.



El Hotel “La Cantina Italiana” fue escenario el 28 de enero de 1968 de un brutal crimen en la que fueron asesinados los siete integrantes de la familia del propietario de la misma. Su matador fue un joven chileno llamado José Germán Silva Godoy, de 20 años de edad.  



Mucho se ha escrito sobre el subcomisario Ramón Santos y sin embargo no ha sido tan destacada la figura del cabo Enrique Grippo, algo que pretendemos homenajear con estas líneas.



 


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