Historias de Patagonia: Floridablanca en la historia

“Mi esposo ha muerto. La contestación a su carta llegó demasiado tarde”. De este modo Lorenza Aparicio responde al emisario del Virrey Vértiz sobre los reclamos que tiempo atrás formulara el representante de los pobladores de Floridablanca, don Santiago Morán.

*Mario Novack

 

La joven mujer recuerda casi de memoria la misiva que su esposo le enviara a la máxima autoridad del Virreinato del Río de la Plata, pidiendo apoyo para sostener esa colonia, fundada en proximidades de la bahía de San Julián, y hasta le parece escuchar a Santiago leyendo la misiva en voz alta.



“Señor Virrey tenemos hambre, la muerte se ha ensañado con nosotros y el terreno que nos han otorgado es inútil”. Así se expresa Morán en la carta que tiene fecha del 30 de octubre de 1781 y expresa la preocupación de los habitantes de la Colonia, diezmados por el escorbuto.



La vida en el lugar no fue para nada fácil, pero en forma paulatina han ido sorteando las dificultades iniciales. Para ello la convivencia con los originarios ha resultado fundamental. 



A miles de kilómetros de San Julián el virrey piensa y medita en la duda de si ha hecho lo correcto al acotar los gastos de la incipiente población. El es un criollo después de todo, ya que ha nacido en México uno de los tantos destinos diplomáticos a los cuales fuera destinado su padre.



Después de ingresar a las fuerzas armadas del Reino de España a los 19 años, su carrera militar fue rápida, pues en 1768 era ya brigadier, rango militar que rara vez se adquiría sin haber antes pasado por una amplia estancia en América sirviendo en un cargo de relevancia política y militar. 





Junto con el ascenso a brigadier le llegó su nombramiento como segundo inspector de tropas de Buenos Aires, con fecha de 24 de agosto de 1768, con un sueldo anual de 6000 pesos.



Trasladado a su nuevo destino, arribó al puerto de Montevideo el 3 de enero de 1769, a bordo del buque principal de la armada que comandaba el capitán de navío Juan Ignacio de Madariaga. El 7 de enero tomaba posesión oficialmente del cargo en la ciudad de Buenos Aires. Muy pronto tuvo que llevar a cabo importantes misiones militares, como la que en 1770 organizó el gobernador de Buenos Aires, Francisco de Bucareli y Ursúa para expulsar a los ingleses de las islas Malvinas. 



Vértiz tuvo que hacerse cargo desde Montevideo del alistamiento y el control de tropas que iban a embarcar para la expedición. La misión de desalojo partió desde Montevideo el 11 de abril de 1770 y culminó con un éxito rotundo.



La cuestión de la nueva Colonia constituía para el Virrey una preocupación, ya que además de asistirla en forma financiera debían buscar el logro de los objetivos militares.





En el año 1780, ante la amenazante presencia de los ingleses en las costas patagónicas, el rey de España Carlos III mandó a fortificar cuatro puertos. Finalmente sólo se concretó la iniciativa en Carmen de Patagones y Floridablanca, en la bahía San Julián, Santa Cruz.



Además, en Floridablanca la corona española se propuso llevar a la práctica un proyecto de sociedad ideal estableciendo un nuevo modelo en el que se fomentaría la igualdad entre los hombres, la agricultura como fuente de riqueza y la familia como pilar de la sociedad.



La expedición zarpó de Montevideo el 13 de enero de 1780 al mando de Antonio de Viedma en los navíos "San Sebastián", "San Francisco de Paula" y "Nuestra Señora del Carmen". Se embarcaron alrededor de 150 personas, entre ellas ocho matrimonios que serían las bases de la nueva sociedad. Del resto, el 24% estaba compuesto por labradores. Además, presidiarios y desterrados procedentes del Río de la Plata, los que redimirían sus penas trabajando la tierra; un 14%, hombres de la tropa del Regimiento de Infantería del Virreinato del Río de la Plata; un 11%, tripulantes de los navíos; un 7%, personal de maestranza (carpinteros, albañiles y herreros) y el 7% restante, funcionarios. Llevaban víveres para un año, agua para cuatro meses, útiles de labranza y diez mulas, entre otras cosas.



Lorenza recuerda que la llegada al lugar fue plena de entusiasmo con la esperanza de lograr ser dueños de la tierra, algo que en España era imposible. Pero la llegada del invierno fue acelerando los acontecimientos. Algunos materiales fueron perdidos en el naufragio del bergantín Carmen, que sirvió de materia prima para la construcción de diversas viviendas.



Su esposo Santiago Morán, en su papel de alcalde, estuvo siempre dispuesto a trabajar por el desarrollo de la colonia. Nuevas casas hechas con adobe y el desarrollo del establecimiento suponían el éxito del mismo. 



Podemos citar que quizás este haya sido el caso más exitoso y tal vez el único que existió en la Argentina, de convivencia entre originarios y colonizadores. Así por ejemplo se destaca la generosa colaboración de los caciques tehuelches Julián Grande y Julián Gordo, quienes guiaron a los colonos hasta la cañada en la que había pozos con abundante agua,  actualmente conocido como “ Cañadón de la Compañía”. también les enseñaron a quemar para calefaccionarse ramas de calafates, matas negras y molles.





También allí, en abril de 1781, nació la primera niña blanca, María Dionisia Pintos, hija del matrimonio formado por Lorenzo Pintos, de 28 años y María Mata de 15. La menor no sobrevivió y al año siguiente se produjo el alumbramiento de Manuel que vivió en el lugar hasta el abandono del mismo.



Es por ello que se confirma   que la primera mujer blanca nacida en la Patagonia fue alumbrada en el actual territorio de la provincia de Santa Cruz. Muchas fueron las viviendas construidas fuera del Fuerte y casco principal de la Colonia. La casa más amplia y de mayor valor pertenecía al panadero Manuel García. Entre vivienda y cuadra contaba con unos 250 metros cuadrados aproximadamente. Le seguía en distancia la del poblador Benito Pérez y su esposa María Pérez, con aproximadamente 60 metros cuadrados. 



En tanto, Francisco Alonso, de oficio labrador había levantado una casa de 24 metros cuadrados donde vivía con María Verde, de 16 años, hija de otros colonos. Manuel Pérez de 44 años, otro labrador,  tenía una casa de aproximadamente 48 metros cuadrados. Había llegado desde Zamora con su esposa María Pilo ( 49 ) y sus hijos Bárbara ( 20 ) y Fernando ( 16 )  y un agregado de nombre Agustín Ramos. María Pilo y su hijo Fernando fallecen, mientras que Bárbara conforma una nueva familia al casarse con el calafate Francisco Ortiz.



El desterrado José Laserna, que había llegado a San Julián en junio de 1783, poseía una casa de 110 metros cuadrados donde funcionaba una pulpería, una sala y alcoba. Todo con paredes y techo. El caso más notorio era el del carpintero Juan Antonio Ayzpurúa que contaba con una casa de 160 metros aproximadamente en la que se distribuían un sector de pulpería, un amplio altillo y un cuarto para alquiler, un corral, gallinero y pozo de balde de agua, sus paredes de tosca labrada. Techo de tablazón de roble y revoque de mezcla. Ayzpurúa permaneció en San Julián hasta su abandono en 1784.



Lorenza Aparicio construyó una profunda relación de amistad con Rafaela Bedoya, aquella mujer obligada a casarse con el panadero Manuel García un 8 de marzo. Bajo la acusación de “ilícito trato” fue expulsado su hermano Santiago Bedoya. Para el Código Penal de la época esta figura remite a un delito de origen sexual equivalente al “incesto”. La vida de Rafaela continuó en Carmen de Patagones donde reside la mayor parte de su descendencia. La casa más grande de la Colonia que construyeron junto con su marido Manuel García arderá en la noche del 29 de enero en San Julián. Lorenza ya viuda de Santiago Morán contrae nuevamente matrimonio con Ignacio Fernández  capataz de ganado en la colonia y se radica en Montevideo. 



Los informes enviados al rey Carlos III determinaron que la continuidad de Floridablanca era inviable. Sin embargo los informes posteriores acerca de la recuperación y mejoramiento del proyecto no llegaron a España y por eso se determinó el traslado de sus habitantes a Carmen de Patagones y Minas en Uruguay ordenando quemar el lugar para que ninguna potencia los utilice. 



Unos meses después, Carlos III reconsideró la orden, pidió otras opiniones y más datos, pero ya era demasiado tarde: Floridablanca era cenizas. 





 


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