Historias de Patagonia: La última fuga del “gallego” Iglesias

Zapatea mientras lleva sus manos a la boca intentando calentarse con su propio aliento. Es un día extremadamente frío en Río Gallegos ese viernes 9 de junio de 1933 y el juez Germán Vidal se apresta iniciar una nueva jornada entre expedientes y declaraciones.

*Mario Novack 



“Que lo tiró González, un frío de locos. Hace bastante que no escarchaba así y para colmo nos estamos quedando sin carbón en la ciudad y con este clima tendremos que rezar que los buques cargueros puedan llegar al puerto”, dice el letrado mientras Francisco González su secretario, se apresta a servir un café humeante que seguramente hará más llevadero el día.



“Señor tenemos un detenido para tomarle declaración. Al parecer tiene en el Territorio de Chubut una lista de delitos impresionantes. Es un loco por los relojes, dicen que ha robado una gran cantidad en Comodoro Rivadavia y otros pueblos cercanos”, informa González.



“Y cómo llegó acá”?, pregunta el juez. “Creo que en el Vapor Asturiano directamente desde Rawson”, responde González. “No Francisco, como llegó al juzgado cuando y donde lo detuvieron. Eso quería saber. Aunque tengo un pálpito ya que usted me dijo que era un obsesivo de los relojes”.



“Y estoy seguro señor juez que acertará, porque la denuncia la hizo el joyero del pueblo el señor Gooderham porque el susodicho fue a venderle un reloj muy caro y al parecer no tiene forma de probar que era suyo, no hay recibo ni nada de eso y más con lo que nos enteramos de los antecedentes que tiene”.



El juez se levanta del enorme sillón de su despacho, corre la cortina de la puerta de doble hoja y se queda observando al detenido que permanece con la mirada perdida en la alfombra de la sala de espera del juzgado. 



“Relativamente joven el detenido, remarca el letrado. “Prepárese para que le tomemos declaración, seguro nos vamos a entretener bastante, dice el juez. El secretario asiente y se dispone a comenzar con la indagatoria.



“Nombre y apellido…? Pregunta el secretario al detenido. “Joaquín Iglesias”, responde. Documento…? “Los perdí en el incendio de la fonda “Los Vascos”, en Comodoro Rivadavia. El secretario González resopla y vuelve a la carga con sus preguntas.



Estuvo detenido en Chubut usted..?. Nos han informado de una cantidad impresionante de robos, fundamentalmente de relojes y revólveres caros, que hay de cierto de eso…?



Joaquín Iglesias se sonríe pícaramente y va tomando confianza a medida que avanza el interrogatorio. “Vea yo ya cumplí con mi condena y como ustedes mejor que nadie saben todo robo que se producía en la zona de Comodoro Rivadavia me lo endosaban a mí.



“Pero se dice que hubo testigos que declararon que usted estaba en cada robo”, interrumpe el secretario. Se hace un silencio incomodo y largo, hasta que Iglesias dispara una frase sabida por todos en el ámbito judicial, pero jamás admitida públicamente. “Usted sabe cómo era la Fronteriza, conocida por sus atropellos- era la encargada de llevar a cabo los sumarios de instrucción. Ellos tomaban declaración, citaban testigos y hasta detenían sospechosos sin orden judicial, no les temblaba el pulso para garrotear y plantar testigos.”



Sin ser visto, el juez Vidal escucha atentamente la conversación que más un interrogatorio era una charla de café. Sin golpear abre la puerta y se sienta al lado del secretario González. 



“A ver Iglesias, cuéntenos con lujo de detalles esos robos y otros delitos que se le imputaron continuamente. El de los relojes, fundamentalmente, pero también aseguran que usted formaba parte de un grupo de bandoleros del “rubio” Patiño, un delincuente perseguido y finalmente detenido en Chubut, responsable de varios robos seguidos de muerte de ganaderos y bolicheros en pleno campo del Chubut.



“El gallego” Iglesias respira hondo y luego de una breve pausa comienza el relato. “Usted quiere saber de los relojes robados…?”….Ya era hora hora dice soltando una carcajada el juez.



Un 7 de diciembre de 1926 lo enfrenté con un cuchillo al sargento Ysaac Otero en el bar "El Pelao", de Comodoro. Otero me vió y se dispuso a capturarme. Cuando me dio la orden de arresto en medio del bar, agarré una silla con un brazo y un cuchillo con la otra mano y lo ataque. La llevaba bien, pero en eso apareció el agente Montivero y entre los dos me redujeron, llevándome detenido.. 



Después de estar más de un año detenido el 16 de diciembre de 1927, me volví a fugar de la comisaría de Comodoro. Se lo imagina al comisario Frías, otra fuga en su dependencia, dice riendo. Me enteré que de nuevo les hizo sumario a los pobres milicos.. 



Ese día de la fuga a las 2:30, junto con José César Díaz y Félix Molina escapamos de la comisaría utilizando unas herramientas que le robamos al comisario. El informe policial dice que “el que dio cuenta de la fuga fue el oficial de guardia Romero Zacarías. Los reos habían violentado el candado de la barra en la que estaba preso Iglesias y rompieron unas chapas de zinc que da a la ribera del mar consiguiendo burlar la vigilancia del cabo de cuarto José Andrade. El comisario Frías, estaba re caliente por mis continuas fugas y detuvo al cabo de cuarto.



Andrade había declarado que se encontraba de servicio de guardia y que fue avisado por el detenido Juan Yorttide que Iglesias, Díaz y Molina se estaban escapando. Que corrió a los fondos de la comisaría y que en la playa alcanzó a ver que tres hombres corrían a lo largo de la costa. Que ordenó a los agentes que salieran en su persecución y que dio repetidos toques de auxilio para llamar la atención de los demás agentes de servicio.



Andrade dijo que recién ahí se había dado cuenta de que los evadidos habían levantado las chapas de zinc que sirven de pared a los calabozos. Explicó que la puerta estaba cerrada con un candado y que el detenido Iglesias había sido dejado en la barra con las esposas puestas en la mano. En el calabozo Andrade dijo que encontró, además del candado roto, dos cuchillos viejos, un tenedor y una lima, como así también una llave para auto. Que cuando se escaparon no escuchó ruido y que solo sentía que uno de los procesados tosía. Esa habría sido la manera de esconder los ruidos y toser sobre los mismos.



Un detenido contó que le había dicho al cabo Lavalle que el fugado Díaz había alcanzado al detenido Iglesias dos cuchillos. Y que Lavalle no tomó ninguna medida, ni secuestró las armas referidas. Antes de fugarse, los detenidos cantaron en voz alta en los calabozos. Andrade no lo hizo callar.



Iglesias esta vez no tuvo suerte en su fuga. Corrió hacia la playa del 99 y allí en medio de un cañadón donde se escondía, fue capturado junto a Díaz por el agente Ramón Santiago.



Iglesias le contó al comisario que Molina le manifestó que "estaba el trabajo hecho para evadirse". Pero le aportó un dato más que interesante al comisario. "Que el cabo Andrade sacó del calabozo a Molina la tarde del 15 de diciembre y que permaneció afuera hasta las 19, y que antes de fugarse no habían hablado absolutamente nada de esta evasión". 



Otro detenido dijo que después de la fuga, escuchó que el agente Peña protestaba porque decía que le habían abierto un cajón y le habían sacado una lima. Peña dijo que las herramientas que se robaron los reos eran del auto del comisario que estaban en un cajón. 



El comisario Frías dispuso la captura de Molina, que se pensaba podía estar en el Kilómetro 20 y a la vez la detención del cabo José Andrade por ser el único responsable de la evasión. 



Botín bajo tierra



Una semana  después se han recibido los informes de los tribunales de Chubut con las andanzas del “gallego” Joaquín Iglesias, añadiendo que “el 29 de junio de 1928 en Kilometro 27 a Iglesias lo detuvieron por una seguidilla de robos y hurtos a trabajadores y vecinos del lugar. En tan solo horas se llevó más de cinco relojes y revisó cada una de las pertenencias de las víctimas. 



Iglesias se llevó un reloj de acero marca "Zenit" y un revólver Smith & Wesson calibre 38 caño largo niquelado de la vivienda de Zar Slavo; una pistola marca "Royal" y un reloj de metal con cadena de la habitación de otro obrero. En menos de una semana Iglesias se hizo de varios relojes, como uno de níquel sin tapa. Eran su obsesión y los guardaba en una bolsa que enterraba en el campo.



En la bolsa tenía también un revólver "Colt", un pañuelo de seda para el cuello y un reloj pulsera. El que lo detuvo aquella vez fue el agente Epulef Sandoval. Lo había sorprendido con los guantes de lana y otros relojes, uno marca "Globo" que había robado en el Campamento "F".



En 1932, cuando Iglesias cumple su pena en la cárcel de Rawson, el jefe de Policía, Hemeraldo Ruiz, da directivas de prevención contra la gavilla del “rubio” Patiño, peligroso bandolero de origen chileno que asoló los campos y almacenes de campaña en Chubut. La Policía del Territorio dio muerte a Peregrino López. Pero la banda había matado al sargento Manuel Oncón el 8 de enero de 1932 en "Prierri Mahuida" en un tiroteo y al cabo Máximo Riera, el 12 de noviembre de 1929 en el paraje "Sierras Overas". 



Otra de las bajas de la Policía por esta banda fue la del agente Catalino Rearte, muerto el 8 de noviembre de 1929 en el paraje "La Católica", por Fermín Rodríguez o Castro, alias "El Rubio" Bagual, en un enfrentamiento.



Han pasado dos semanas desde la detención de Joaquín Iglesias en Río Gallegos, pero el juez Germán Vidal ha decidido su libertad, ya que no existe ningún delito para imputar y así transcurre la estadía del “hombre de los relojes” en la ciudad.  



A poco de iniciado el año 1939 mientras camina en el centro de la ciudad, el letrado se encuentra con Iglesias en la joyería y relojería Gooderham, esta vez comprando un reloj. “El gallego” le anuncia que retorna a Chubut, para probar suerte nuevamente en ese lugar.



A mediados de junio de 1939 el juez ha viajado a la ciudad de Trelew y mientras desayunaba en el hotel Touring Club, donde se había alojado una noticia del diario local le llama la atención. “Detienen a peligroso ladrón de relojes venido de Río Gallegos. El abogado Vidal se concentra en la lectura de la noticia mientras en el silencio del hall solo se escucha el sonido de las manecillas del reloj de pared que adorna la recepción del hotel chubutense. 

 


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