Historias de Patagonia: El “chileno” Balderrama un forajido de fuste
El disparo del guardiacárcel despertó a los internos del Penal de Ushuaia. Otro intento de fuga terminaba con una víctima fatal, pero no era un preso cualquiera, se trataba de Juan Balderrama, bautizado como “el demonio del norte neuquino”.
*Mario Novack
Era un lunes 14 de noviembre de 1914 y aunque el intento de fuga casi logra consumarse, el balazo retumbó en cada rincón del edificio carcelario.
Ese mismo día, en el centro de Polonia, se iniciaba la batalla de Lowicz que se prolongó hasta el 17 de diciembre de ese mismo año, cuando la ciudad cayó en manos de las tropas rusas, en el marco de la Primera Guerra Mundial.
También ese 14 de noviembre, en Barcelona, se apagaba la vida de Anselmo Lorenzo Asperilla llamado «el abuelo del anarquismo español», uno de los primeros dirigentes en adherir a esa corriente política en España.
Balderrama se encontraba purgando una condena a prisión perpetua en el denominado “Penal del Fin del Mundo”, desde el año 1909, en que fue sentenciado a la pena de muerte, luego cambiada por reclusión perpetua.
Lo acompañaba en la fuga Desiderio Troncoso, cómplice en la banda criminal que asolara el norte de Neuquén. El destino de Troncoso fue fatal, tras ser recapturado y muerto en la isla Hoste, Chile.
El periodista Mario Cippitelli describe con increíble maestría los antecedentes criminales de la banda indicando que “en 1909 todo el norte neuquino estaba aterrorizado por las andanzas de esa banda delictiva regadas de sangre y furia, y las noticias sobre sus asaltos y crímenes corrían de boca en boca en cada pueblo o paraje. La integraban Desiderio Troncoso, Juan Sepúlveda, Clodomiro Parada y Luis Navarrete, bajo la despiadada conducción de Balderrama, que planeaba los asaltos, impartía las ordenes y repartía los botines.
Se cree que las andanzas del grupo de forajidos habían comenzado a fines del siglo XIX, pero no fue hasta aquel invierno de 1909 en que se hizo famoso por cuatro crímenes que cometió en menos de un mes.
La seguidilla de golpes comenzó con el asalto a un almacén de Andacollo, donde robó mercadería y oro que la dueña, de apellido Fuentes, le había comprado a mineros del lugar. Dos días después, la banda atacó el comercio de Bonifacio Herrera. Los bandoleros amenazaron al propietario y dispararon contra una mujer que resultó herida, pero de milagro no murió.
Sin embargo, el atraco más sangriento ocurriría luego en un comercio, cuyos dueños eran dos ciudadanos de origen árabe de apellido Cura y Wette. Balderrama les pidió dinero y, ante la negativa de los propietarios, los asesinó de varios balazos.
Los ladrones se llevaron mercadería y armas, pero antes de salir el jefe ordenó a sus secuaces a disparar contra los cadáveres de los dos hombres que yacían en el piso del almacén. La autopsia reflejaría que uno recibió 39 disparos y el otro 30.
La noticia del brutal crimen generó un fuerte impacto en la comunidad norteña y en el resto del territorio. En cada pueblo y paraje no se hablaba de otra cosa. El sanguinario Balderrama había atacado con extremada crueldad y estaba dispuesto a seguir con su derrotero sangriento.
La Policía de Andacollo organizó una partida de milicos para darle caza y estuvo a punto de conseguirlo cuando una noche alguien le pasó el dato de que Balderrama y su gente se encontraban en el comercio de Adolfo D’Achary.
Los policías llegaron al lugar y se enfrentaron contra los bandoleros, pero no pudieron atraparlos. Solo Navarrete cayó herido de muerte, igual que un sargento de apellido Fuentes. La banda huyó en la oscuridad.
A los pocos días, Balderrama apareció solo por el paraje Ranquilón, en el departamento Ñorquín, y un policía del lugar -sin saber quién era- se acercó para identificarlo. La respuesta fueron 6 balazos que lo mataron en el acto. Una vez más, volvió a desaparecer, pese al cerco policial que se había montado.
A medida que mataba y escapaba, la figura de Balderrama se hacía más grande entre la gente que a esa altura vivía atemorizada. En los pueblos se hablaba que el mismo demonio había bajado en el norte neuquino y se sostenía que la clave de sus efectivas huidas era su caballo, un imponente zaino del que los pueblerinos decían que tenía poderes sobrenaturales. “El animal le anticipa las nevazones y las tormentas, y lo guía en las noches sin luna por cualquier despeñadero”, comentaban en los boliches.
“El caballo vuela por los cerros cuando se le acerca la milicada”, decían en los fogones. “Cuando él se acuesta, el caballo le hace de campana y si hay peligro, lo despierta con un relincho”, sostenían en las reuniones para el asombro y el terror de los presentes.
Los dueños de los boliches habían decidido cerrar sus puertas durante la noche por temor a ser asaltados y en cada vivienda los moradores tenían los Winchester listos para disparar por si el forajido aparecía. Las mujeres no querían salir a la calle por temor a encontrárselo.
Los policías, en tanto, se arengaban entre sí. Se convencían de que no había que tenerle miedo, que Balderrama era nada más que un hombre y no un demonio como comentaba la gente. Y que el animal que montaba era un caballo normal, aunque muy rápido.
Entre las decenas de partidas que organizaron los comisarios de los pueblos para perseguirlo, una comisión tuvo la oportunidad histórica de cruzárselo, aunque no se trataba de un grupo numeroso sino de dos policías: el subcomisario Tránsito Álvarez y el agente Guerrero.
Cuando los policías vieron al forajido quedaron impresionados, pero inmediatamente reaccionaron. Balderrama desenfundó su revólver y disparó, pero sin suerte. El agente hizo lo propio y el proyectil impactó en el cuerpo del bandido que cayó dolorido y sin posibilidades de incorporarse. Los policías se acercaron lentamente y le advirtieron que si intentaba algo lo rematarían allí mismo.
Luego de separarlo del arma y de constatar que no representaba peligro, lo ataron de pies y manos y lo llevaron como un trofeo a la comisaría, junto al caballo del que todo el mundo hablaba.
La noticia corrió inmediatamente por todos los pueblos y la gente volvió a vivir tranquila. “¡Atraparon a Balderrama!”, gritaban. “¡Cayó el demonio!”, festejaban.
Sin su líder, el resto de los bandidos que lo acompañaban no tardaron en ser capturados. Todos finalmente fueron trasladados a las respectivas comisarías a la espera del juicio que, como era de esperar, acaparó la atención de toda la comunidad.
El caballo de Balderrama, aquel animal de poderes sobrenaturales que anticipaba las nevazones y tormentas, que era capaz de volar por los cerros y hacer de vigía mientras su dueño dormía, tuvo mejor suerte. A partir de ese día pasó a ser el caballo del jefe de la Policía.
“Sin duda, Balderrama era un sujeto que merecía ser llevado al laboratorio y estudiado por los especialistas de su tiempo aplicando toda la ciencia médica, fundamentalmente la promisoria psiquiatría forense”, indicó el historiador Gabriel Rafart, en su libro Tiempos de violencia en la Patagonia. Bandoleros, policías y jueces.
La conducta de Balderrama y el positivismo criminológico de principios del siglo XX
El psiquiatra forense que lo entrevistó lo describió como un hombre “de actitud humilde y respetuosa, que expresa sus ideas con una lucidez extraordinaria para su medio social”. También sostuvo que Balderrama realizó una fuerte crítica al sistema que lo había marginado de la sociedad. “Niega al orden social derecho para castigar los delitos, diciendo que mal puede exigírsele a él buena conducta cuando no lo han educado. Que ha nacido y se ha criado como un animal, solo y sin educación, y que como nada le debe a la sociedad, tampoco ella debe pedirle cuenta de sus actos”, indicaba el informe.
En el libro, Rafart cuenta que en su propio alegato dirigido a la Suprema Corte de Justicia, al igual que cuando le hablaba al perito médico, Balderrama se refería a un gobierno ejercido por la naturaleza, en el cual “la electricidad y el magnetismo eran la causa primera y única del movimiento universal en el orden físico y moral”. Asimismo, destacaba las cercanías de acontecimientos apocalípticos, de un tiempo de lluvias eternas y aguas que se elevarían para cubrir la mayor parte de la tierra, además de otro gran cataclismo que sucedería en no muy corto tiempo, con tremendos incendios en condiciones de desbordar mares y ríos y elevarlos a la “atmósfera”, al que los animales lograrían sobrevivir para fundar un nuevo mundo.
Juan Balderrama quedó en la historia delictual de la Patagonia, también por su trágico final. Se sabe que uno de los integrantes de su banda, Juan Manuel Sepúlveda fue liberado por buena conducta, luego de haber sido trasladado a Río Gallegos el 19 de febrero de 1919, en el buque Vicente Fidel López. Pero ésa….ésa es otra historia.